Es fácil que nos sintamos perdidos al ser las manos y los pies de Cristo en tiempos de incertidumbre y división, cuando el miedo y la confusión se apoderan de los corazones de muchas personas. A la luz de la agitación política y de la división social en esta región, muchas personas sienten preocupación por el futuro.
Sin embargo, como seguidores y seguidoras de Cristo, nuestro llamado no es a la desesperación, sino a la esperanza. Y no una esperanza superficial y efímera, sino una confianza profunda e inquebrantable en la soberanía de Dios. El mundo puede cambiar, los liderazgos pueden surgir y decaer, y las circunstancias pueden parecer caóticas, pero Dios permanece inamovible. Pablo nos recuerda en Romanos 8:28: «Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito». Esto no significa que vayamos a librarnos de las dificultades o de la incertidumbre, pero nos asegura que Dios siempre está obrando. Nuestra esperanza no está en liderazgos humanos - gobiernos, políticas o dirigentes -, sino en Cristo, el Rey de reyes, cuyo amor y justicia perduran para siempre. Pero nuestra esperanza no es pasiva. No se limita a esperar mejores días. La verdadera esperanza nos impulsa a actuar. En tiempos de división, Cristo nos convoca a encarnar su amor, su cuidado y su empatía. Gálatas 6:2 nos exhorta: «Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas y así cumplirán la ley de Cristo.». Hoy, más que nunca, debemos ser puentes de comprensión, pacificadores y pacificadoras ante la hostilidad y fuente de consuelo para las personas cansadas. Jesús mismo dio el ejemplo. No retrocedió ante la confusión. Se acercó a las personas quebrantadas, a las marginadas y a las que tenían temor. Se sentó con las que sufrían, curó a personas enfermas y compartió la verdad con amor. Si queremos ser sus seguidores y sus seguidoras, debemos hacer lo mismo: escuchar con compasión, estar junto a las personas vulnerables y ofrecer un amor que vaya más allá de todas las barreras humanas. En un mundo dividido, la empatía constituye un acto revolucionario. Nos permite vernos mutuamente como Dios nos ve: no como enemigos, sino como creación de Dios, hechos a su imagen. Amar con el amor de Cristo significa extender la gracia, incluso a aquellas personas con las que no estamos de acuerdo. Significa optar por la comprensión en lugar del juicio, por la reconciliación en lugar del resentimiento. Juan 13:35 dice: «De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros». La empatía es un reflejo del amor de Cristo. La esperanza se sostiene a través de la oración y en comunidad. Cuando oramos, colocamos nuestra mirada en lo eterno, recordando que Dios está cerca y que no estamos en soledad. Unirnos a otras personas creyentes nos hace más fuertes y nos recuerda la fidelidad de Dios. Al permanecer juntas y juntos, nos mantenemos firmes en la promesa de que, pase lo que pase en este mundo, Cristo reina. En última instancia, nuestra esperanza no está en resoluciones temporales, sino en la promesa de la «segunda venida» de Cristo. Apocalipsis 21:4 nos asegura: «Él enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte ni llanto, tampoco lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir». Este es el futuro (que se mete en el ahora) que anhelamos. Es el espacio en el que Cristo actúa restaurando todas las cosas para que reflejen la intención de Dios para el mundo. Como parte de la espera, la vigilancia y la acción para ese día, recibimos el llamado a ser las manos y los pies de Cristo, llevando luz a la oscuridad. Ahora, más que nunca, debemos levantarnos como faros de esperanza. No porque las circunstancias sean fáciles, sino porque Cristo es más grande que nuestras circunstancias. Reflejemos su amor con valentía, cuidémonos mutuamente con profundidad y confiemos en Aquel que mantiene unidas todas las cosas. En todas las cosas, vivamos como sus embajadores y embajadoras, mostrando al mundo que nuestra esperanza no está en última instancia en los seres humanos, sino sólo en Cristo. Biografía del Rev. Donovan Myers Donovan Myers lleva 37 años en el ministerio pastoral, de consejería y de educación, como trabajador en el desarrollo de la comunidad, educación de la primera infancia, capacitación de jóvenes, sensibilización sobre VIH / SIDA, entrenamiento en sensibilización sobre drogas y defensa de los Derechos Humanos. Actualmente es Subsecretario General Regional (Consejo de las Islas Caimán) de la Iglesia Unida en Jamaica y las Islas Caimán. Casado con Denise, tiene dos hijos adultos y tres nietos.
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