by Rvda. Najla Kassab, Presidenta de la WCRC
Visitando un campamento de personas refugiadas sirias en El Líbano, me sorprendieron las caras de cinco niños que tenían cicatrices de quemaduras. Me acerqué a la madre para preguntarle por qué todos ellos tenían cicatrices parecidas en la cara; me dijo que su marido había muerto y que normalmente los dejaba solos en la tienda para ir a trabajar al campo. Se sentaron solos alrededor de una estufa y, mientras jugaban, se produjeron las quemaduras. Entonces le propuse que las madres de las tiendas de los alrededores cooperaran para quedarse con los niños para proteger a los hijos e hijas de las demás. Pensé que era una buena propuesta, pero ella me sorprendió con su respuesta: «En tiempos de guerra, todo el mundo está ocupado con su propio dolor. Olvídate de la unidad; lo importante es sobrevivir. La unidad es un lujo de los buenos tiempos». Amigas y amigos, escribo esta reflexión mientras me encuentro en Beirut, El Líbano, y mi escritura se ve interrumpida por los numerosos mensajes recibidos en mi teléfono para saber qué zonas de El Líbano fueron alcanzadas y cuántos muertos hay hasta ahora. El sonido de las explosiones, que ponen en peligro la vida de cualquiera, sigue siendo un recordatorio constante. En las últimas semanas, más de 3000 personas civiles murieron, muchas resultaron heridos y más de un millón de libaneses y libanesas se convirtieron en personas refugiadas; una cuarta parte del país está desplazada y el futuro no parece esperanzador, ya que la violencia continúa. Y el mundo permanece en silencio. El tema de la unidad en la diversidad es un asunto valioso que desafía nuestra permanencia juntas y juntos como Comunión: una comunión mundial que se reúne para dar testimonio y para trabajar conjuntamente por la justicia. La pandemia del COVID ha golpeado muy fuerte a nuestras iglesias y ha traído grandes desafíos a varias de nuestras iglesias, empujando a nuestras iglesias en la Comunión, tanto en el área del Caribe como en Norteamérica o alrededor del mundo, a enfrentar diversos desafíos. Varias iglesias se vieron abrumadas por su dolor y debilitaron nuestra unidad. Los diversos desafíos que enfrentamos, que puede ser el tema de la guerra, de la injusticia, de la pérdida de membresía, de la falta de liderazgo en las iglesias, del cambio de identidad, y de varios otros desafíos, podría llevarnos a tomar la unidad a la ligera y a enfocarnos sobre todo en nuestro dolor y en nuestras cargas. Y cuando esto sucede, trabajar a través de un organismo mayor se convierte en el menor de nuestros intereses. En Juan 17:20–26, Jesús ora por sus discípulos para que estén unidos. 20 No ruego solo por estos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, 21 para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. 22 Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: 23 yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí. 24 »Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo. 25 »Padre justo, aunque el mundo no te conoce, yo sí te conozco y estos reconocen que tú me enviaste. 26 Yo les he dado a conocer tu nombre y seguiré haciéndolo, para que el amor con que me has amado esté en ellos y yo mismo esté en ellos». Jesús ruega que los discípulos sean uno, que vivan en unidad en la línea de la gloria de Cristo. Unidad glorificada que se asemeja a Cristo; unidad que no compromete la verdad, sino que vive en armonía con el Evangelio; exaltando a Cristo en todo lo que hacemos y esforzándonos por parecernos a Cristo incluso cuando eso pueda significar cargar una cruz. La unidad glorificada está más allá de las estructuras organizativa. Se encuentra, más bien, a la altura del llamado de Cristo, para que la voluntad de Dios en el cielo se viva también en la tierra. La unidad glorificada podría sacudir a nuestras organizaciones y convocarlas a recentrarse, a reevaluarse y a remodelarse y reformarse. Nos reunimos no para ganar poder, sino para compartir todo lo que tenemos por la dignidad de las personas, especialmente por aquellas muchas que, en medio nuestro, luchan. Amigas y amigos , comparto mis reflexiones en medio de la perturbación, sacudido por la cantidad de muerte que nos rodea en El Líbano ahora y durante mucho tiempo en Gaza y en Medio Oriente. La cuestión es: ¿cómo nos creerá el mundo como Iglesia? ¿Dónde está esa unidad para compartir el dolor de las demás personas y nuestra unidad por el dolor de las demás personas más allá de los eslóganes y de las amenazas? ¿Cómo nos mirarán las demás personas y de qué manera responderán a lo que decimos? El problema es la cuestión de si el mundo nos cree cuando al atravesar su propio sufrimiento. A veces, quienes sufren son reacios a compartir sus historias con nosotras y nosotros porque solamente hablamos. Como Presidente de la CMIR, con frecuencia me preguntan en nuestras visitas qué nos han hecho... Y muchas veces me siento desafiada a encontrar respuestas significativas que satisfagan el dolor diario al que se enfrentan las personas. Desde octubre del 2023, la Iglesia Presbiteriana de El Líbano nos ha desafiado a vivir como Cristo en medio de una sociedad muy diversa, religiosa, cultural e incluso políticamente, con nuestras distintas posturas. En medio de toda esta diversidad, que tuvo un precio muy alto, la comunidad cristiana se mantuvo unida para alimentar a la gente, para recibir a una personas refugiada, para ofrecer medicinas y para aliviar el dolor de un simple civil, incluso cuando no estábamos de acuerdo con ellos en varias cuestiones relativas a nuestro país. Ser como Cristo es lo que nos unifica y nos reúne para vivir como cuerpo de Cristo. No ha sido una experiencia fácil para las personas más jóvenes al principio, pero es una experiencia formadora que les ha unido a Cristo y mutuamente. Es una experiencia que va más allá del encuentro «propiamente dicho», sino que ha derivado en una comprensión más profunda del significado de la unidad glorificada. ¿Por qué nos reunimos? sigue siendo la pregunta clave. Nos reunimos para compartir nuestros diversos contextos de dolor y para trabajar conjuntamente por un mañana mejor para todas y todos, especialmente para quienes luchan entre nosotras y nosotros, para que crean que reflejamos el camino de Cristo en medio suyo. Nos reunimos en una unidad que nos enseña una nueva manera de ser la Iglesia de hoy, con una imaginación renovada, como dice la Declaración de Wittenberg. “Juntas anhelamos una renovada imaginación de lo que podría significar la iglesia en comunión para nuestro mundo, en nuestro tiempo. Necesitamos una nueva imaginación para vivir juntas, de una manera que abrace nuestra unidad no sólo como una gracia sino también como vocación. Necesitamos una nueva imaginación para soñar un mundo diferente, un mundo donde prevalezcan la justicia, la paz y la reconciliación. Necesitamos una nueva imaginación para practicar espiritualidades de resistencia y visión profética, espiritualidades al servicio de la vida, espiritualidades formadas para la misión de Dios.” Nos reunimos para decir que la unidad no es un lujo, sino que está en el corazón de nuestro llamado y de nuestro aprendizaje acerca de cómo reflejar a Cristo en gloria.
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October 2024
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