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Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas. —1° Pedro 4:10
Cada persona es única. Nuestras diferencias nos fortalecen. Ninguna puede hacerlo todo, pero cada una puede hacer algo. Cuando reconocemos que fuimos creados y creadas a imagen y semejanza de Dios, entonces nos maravillamos ante la diversidad de la imagen y semejanza divinas. Nuestra diversidad colectiva crea una unidad de corazón, de mente y de alma en comunidad. Esto es un espejo de la majestad divina. Podemos pensar en 1° Pedro 4:10, que nos recuerda que somos administradores y administradoras de la diversa, múltiple y variada gracia de Dios. Nuestros diferentes dones están destinados a que nos sirvamos y bendigamos mutuamente. Cuando lo hacemos, descubrimos que el Espíritu de Dios está transformando las piezas de nuestros peregrinajes individuales en el rompecabezas entrelazado que nos recuerda que todos y todas fuimos maravillosamente creados y creadas para encajar en la belleza y en la maravilla del universo. Reflexionamos sobre quiénes somos y sobre nuestros viajes individuales. Ellos han sido geográficos, espirituales, emocionales e intelectuales. Cada aspecto de nuestra existencia nos muestra que formamos parte de la diáspora divina. Pienso en mi propia vida y en los años que he vivido en Canadá, Estados Unidos, Reino Unido, Israel y, ahora, en Trinidad y Tobago, donde actualmente sirvo como director de la institución de enseñanza superior más antigua del país: St Andrew's Theological College, que es un centro ecuménico de formación de la Iglesia Presbiteriana de Trinidad y Tobago. Esta Iglesia comenzó gracias a un viajero que, sin darse cuenta, llegó a Trinidad y percibió la necesidad de la misión. Muchos viajes después, nuestra Iglesia cuenta con 108 congregaciones, 72 escuelas primarias y 5 escuelas secundarias en un entorno multicultural, multirreligioso y multiétnico. Los versículos 13 a 16 del Salmo 139 nos aseguran que había un plan para nosotros y nosotras incluso antes de que amaneciera la historia. Podemos reflexionar profundamente y pensar con amor sobre adónde nos ha llevado nuestro Dios viviente y adónde nos llevará y cómo nos forjará nuestra amorosa tarea. Hoy, los nuevos tiempos traen nuevas oportunidades y ofrecen nuevos desafíos. Los versículos 2 a 4 del Salmo 139 nos hablan de cómo incluso nuestros viajes descansan bajo el discernimiento y la dirección divinos. La diversidad de nuestras direcciones nos habla de un Dios que danza en los bordes de nuestra fe y que nos trae majestad desde los márgenes de nuestras experiencias. La respuesta angélica a la desconcertante bendición en el relato de la Resurrección en Mateo 28 es que Cristo va delante de nosotros y de nosotras y que debemos ponernos en movimiento para verle. Que nos movamos individualmente. Que nos movamos como iglesias y como comunidades. Que nos movamos hacia la celebración de la singularidad y de la diversidad. Que nos movamos hacia la felicidad santificada que nos transforma de ser personas individuales en el continuo devenir de ser el Cuerpo de Cristo en el mundo, para el mundo y con el mundo. Nuestros viajes nos iluminan más sobre cómo es el mundo y sobre cómo somos individualmente, y amplían las fronteras de nuestra sabiduría a medida que crecemos en la comprensión de la asombrosa diversidad que la divinidad va haciendo. Seamos quienes seamos, estemos donde estemos y hagamos lo que hagamos, podemos hacerlo por Dios. ¡Abracemos el misterio y unámonos a la unidad del peregrinaje por la justicia! —Rev. Adrian D. E. Sieunarine, Director del St. Andrew's Theological College
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