"Que sean uno" (Juan 17:22), Ut omnes unum sint son las palabras que tenemos en nuestro escudo denominacional en latín y en kanien'kéha (también conocida como lengua mohawk). Bajo la inspiración del espíritu ecuménico global de principios del siglo XX, en 1925 nuestras denominaciones fundadoras, con sus diversas formas de ser y de desarrollar sus ministerios en el mundo, decidieron encontrarse en la unidad.
En junio de este año, la Iglesia Unida de Canadá inicia el año de su centenario -pasaremos un año, hasta el 10 de junio de 2025, conmemorando nuestra historia, nuestro legado, nuestras alegrías y nuestros fracasos como pueblo de Dios que se ha reunido para que "así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí." (Juan 17:23). Sabemos, a veces por amarga experiencia, que la "unidad" no implica "igualdad". Nuestras vidas, nuestras identidades, nuestras comunidades y nuestros contextos, nuestros ministerios son un maravilloso caleidoscopio que abarca un amplio espectro de clase, raza y etnia, género y orientación sexual, educación y creencias políticas. Siendo personas falibles y humanas, a veces las conversaciones y los conflictos que surgen de esa comunión diversa del pueblo que Dios ama producen dolor y división, incluso en medio de nuestra unidad. Esta es, en parte, la razón por la que hace casi 20 años decidimos ser una iglesia intencionadamente intercultural. En lugar de reconocer simplemente nuestra unidad en la diversidad, en la cual mayoría de la gente puede decir "ven, hazte como nosotros y nosotras", tenemos que caminar lado a lado con una apertura a la transformación. Que podamos asumir la disposición a dejarnos transformar por la presencia de quienes tienen identidades y compromisos diferentes a los nuestros. El futuro como iglesia: re-imaginar el porvenir Al igual que muchas denominaciones del norte global, la Iglesia Unida de Canadá está transitando un cambio demográfico. El aumento masivo de miembros procedente de una generación joven, próspera y sana de las post guerra de mediados de siglo (los "baby boomers") quizás frenó la tendencia que llevara a nuestras denominaciones fundadoras a considerar la unión en primer lugar. Estamos volviendo a un contexto más parecido al de hace un siglo, en el que nuestros edificios están envejeciendo y tienen una menor asistencia, a la vez que tenemos menas personas adultas jóvenes, menos niñez y menos juventud participando en el culto dominical. Durante mi mandato como Moderadora, quise involucrar a la iglesia en diálogos sobre lo que significaba para el mundo florecer, florecer en Canadá, y lo que significaba florecer en la Iglesia Unida. Estas conversaciones nos han impulsado a desarrollar o reentrenar nuestros "músculos de la imaginación". A veces esto se traduce en plantar iglesias, a veces en dejar ir lo que ha sido para dejar espacio a lo nuevo. A veces significa dar la bienvenida a nuevas comunidades migrantes para que se unan a la familia de la Iglesia Unida. La futurista y diseñadora de juegos Dra. Jane McGonigal escribe en su libro Imaginable que necesitamos pasar más tiempo imaginando el futuro. Tenemos que imaginar los futuros que queremos que sucedan y tenemos que imaginar los futuros que no deseamos que sucedan. Cuando dedicamos tiempo a imaginar nuestros mejores y peores escenarios, podemos desarrollar un sentido de anticipación sobre el futuro. La pregunta que plantea a sus lectores y lectoras es: "¿Qué acciones puedo emprender hoy, de las que pueda sentir orgullo, que contribuyan al futuro que quiero ver? ¿Y cuáles son las acciones que puedo emprender hoy, de las que puedo sentir orgullo, que ayudarán a prevenir el futuro que no quiero que ocurra?" Me gusta esta idea de prepararse tanto para lo mejor como para lo peor. A veces, sin imaginar las cosas difíciles que pueden ocurrir, nos toman desprevenidos y desprevenidas cuando las situaciones adversas se tornan en obstáculos para nuestras metas. El futuro que no quiero ver es uno en el que hayamos alterado tanto el clima que la vida humana se vuelva hostil y enormes porciones de la Tierra se vuelvan inhabitables. En el que las personas más ricas del mundo sigan amasando fortunas a costa de todas las demás y del planeta. Para mí, imagino una iglesia que incide para que nuestro gobierno se tome en serio sus compromisos climáticos y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. Imagino una iglesia que valora la equidad y la justicia para las personas marginadas por la sociedad. Imagino una iglesia profundamente espiritual, que capacite para un discipulado valiente; personas discipuladas dispuestas a compartir su experiencia y su fe, pero sin hacer proselitismo. Y que cumplimos plenamente nuestro compromiso de ser interculturales y antirracistas. Que cuando alguna persona nueva entre en la iglesia, le digamos "nuestro ministerio fue diseñado para darte la bienvenida, tal como eres". Ese es un mensaje diferente a "aquí eres bienvenido/a", que a veces puede significar "queremos que seas como nosotros, como nosotras". Imagino barrios con iglesias que trabajan por un mundo en el que se celebre el valor de cada persona y donde todas las personas puedan florecer. Que así sea. Reverendísima Dra. Carmen Lansdowne 44ª Moderadora, Iglesia Unida de Canadá
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September 2024
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