Alianza por la justicia durante la pandemi
Como sucederá con muchos y muchas de ustedes, estoy de luto por la pérdida de mentores, colegas y amistades por causa del COVID-19. El lamento es profundo y persistente y, a veces, inmovilizante. Pero, al trabajar en el ministerio, soy muy consciente de que la misión de la iglesia no puede detenerse durante una crisis. De hecho, parece haber aumentado. Los y las líderes de la iglesia, quienes trabajar en áreas como la salud o la educación, los vecinos y las vecinas están trabajando arduamente para encontrar nuevas formas de satisfacer las necesidades de sus comunidades, aun cuando debemos mantener distancia social. Las personas cristianas, cualquiera que sea nuestra vocación, continuamos siendo iglesia en mil lugares, y perseveramos en ser la misión de Dios en el mundo.
Han surgido algunas enormes historias de esperanza en medio de esta crisis: de personas cantando desde sus balcones, de aplausos para los trabajadores y las trabajadoras del hospital, de las formas creativas en que las personas han recaudado dinero para obras de caridad. Pero también hay historias de violencia, inequidad racial, negligencia. La pandemia ha revelado lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Ha puesto de relieve las grandes desigualdades que afectan a nuestra comunidad global. Nos ha recordado nuestra común humanidad, al mismo tiempo que revela las graves inconsistencias en las oportunidades.
Hace algunas semanas, la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas, el Consejo Mundial de Iglesias, la Federación Luterana Mundial y el Consejo para la Misión Mundial emitieron una declaración conjunta, "Apelando a una economía de vida en tiempos de pandemia". De acuerdo con la Confesión de Accra de la CMIR, la declaración pone de manifiesto el vínculo entre la injusticia económica y la degradación ecológica. Llama la atención sobre el hecho de que quienes sufren de manera desproporcionada el desastre ecológico, las inequidades económicas y ahora la pandemia son personas de color y pobres.
Científicos y científicas han confirmado esto. Estuve en conversación la semana pasada con un científico de Harvard que publicó un estudio innovador que reveló que las personas con COVID-19 que viven en zonas con altos niveles de contaminación en el aire, tienen más probabilidades de morir por causa de esta enfermedad que las personas que viven en áreas menos contaminadas. Yo fui a la escuela en el Bronx (Nueva York), una zona que padece las tasas más altas de contaminación del aire y de asma en los Estados Unidos. Algunas de los índices de mortalidad más altos por causa del coronavirus se han dado en el Bronx; la mayoría de las personas que viven allí son personas de color. No es difícil ver cómo la raza, la situación socioeconómica y la angustia ecológica se cruzan para producir los resultados más letales.
Últimamente, he estado reflexionando sobre cómo mi privilegio me beneficia en medio de esta crisis. Tengo una buena atención médica, resido en un vecindario con aire limpio y tengo una casa cómoda para alojarme como mi familia y puedo obedecer la orden local de "quedarse en casa". Pero, hay personas dentro de mi propia comunidad que no tienen acceso a esas necesidades humanas y que, además de preocuparse por contraer el virus COVID, también están ansiosas por su seguridad dado el aumento de las agresiones xenófobas y raciales durante esta crisis.
También he reflexionado sobre mi propia responsabilidad y la de la iglesia para corregir estas injusticias. A partir de la adopción de la Confesión de Accra, cristianos y cristianas de tradición reformada asumimos una "alianza por la justicia". Nos comprometimos a: trabajar por la justicia en la economía y en la tierra, tanto en nuestro común contexto global como en el entorno local; profundizar nuestra educación y avanzar hacia una confesión; y dedicar nuestro tiempo y nuestras energías a transformar, renovar y restaurar la economía y la tierra, eligiendo la vida.
¿De qué modo podría la iglesia y cada uno y cada una de nosotros y de nosotras volver a comprometernos individualmente con este pacto para que todas las personas tengan el mismo acceso a una vida abundante? Como concluye astutamente la reciente declaración "Llamado a una economía de la vida", "esta [pandemia] exige la cooperación y la solidaridad dentro de los países y entre los mismos, encarnada en las redes de las comunidades religiosas, la sociedad civil y los movimientos sociales, así como en nuevos sistemas de gobernanza mundial arraigados en la justicia, el cuidado y la sostenibilidad. Si actuamos con valentía, mediante estas acciones y con este espíritu, se pueden encontrar maneras de no volver a anclar nuestros sistemas, poderes y corazones en el viejo orden, sino en una nueva creación.”.
Que así sea, con la ayuda de Dios. Volvamos a comprometernos con una alianza por la justicia.
—Dra. Monica Schaap Pierce
Funcionaria área de ecumenismo
Iglesia Reformada en América
Funcionaria área de ecumenismo
Iglesia Reformada en América