Cantando con María
San Lucas 1:46˗55
He tenido el privilegio de ser parte del ministerio de la Iglesia durante muchos años. En los mismos he tenido la oportunidad de servir como pastor y como profesor de seminario en Puerto Rico, Chicago, el área de Los Ángeles, Matanzas, Cuba, y al presente con varias instituciones de educación teológica a través del Caribe. He aprendido sobre la dedicación, la entrega, el testimonio arriesgado, y la valentía con la cual la Iglesia ha sido testigo del amor de Dios, de la alegría de servirle aun en medio de dificultades, de la seguridad de su esperanza en ver hechos realidad los sueños e ideales del pueblo cristiano, y la paz que ofrece vivir intensamente, con buena consciencia, tratando de ser fieles testigos de Jesucristo día tras día. En estos días difíciles, es bueno recordar que las Escrituras ofrecen, como Palabra de Dios, dirección y esperanza. Les invito a meditar unos minutos en un cántico que puede sernos de gran bendición.
Para mí, las historias relacionadas con el nacimiento de Jesús son algunas de las más emocionantes historias de la Biblia. En este pasaje encontramos dos personajes en sus diálogos más personales. Más aún, aparte del diálogo entre Noemí y dos nueras viudas (Rut 1:6˗18), la Biblia ofrece muy pocos ejemplos en los cuales las mujeres hablen entre sí, y que las mujeres sean las protagonistas principales en la historia de la salvación.
La porción del cántico de María se encuentra después que Lucas cuenta que el ángel Gabriel anuncia a la virgen María que ella había hallado gracia delante de Dios, y que ella había sido escogida para ser la madre de Jesús. Gabriel hace unas promesas a María sobre el futuro de su Hijo. El niño por nacer será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, y reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin (Luc 1:32˗33). Gabriel dice a María que su parienta, Elisabet, también está en su sexto mes de embarazo, lo cual confirma el mensaje angelical. Cuando Elisabet escuchó el saludo de María, la criatura en su vientre saltó, y Elisabet expresa una exclamación de cómo Dios había bendecido a María de forma especial, por haberla escogido para ser la madre del Señor (Lucas 1:39˗45).
María responde a Elisabet con uno de los cánticos más profundos y reveladores del Nuevo Testamento.[1] Este hermoso himno de alabanza describe lo que Dios ha hecho por ella, y revela la que Dios quiere hacer con los pueblos. Este himno, conocido como “El Magnificat” por su primera palabra en la versión latina de la Biblia,[2] ofrece un mensaje refrescante para momentos de incertidumbres y dificultades. Es un himno que refleja una visión de la historia y una forma de entender el obrar de Dios que dista mucho de las tradiciones populares que presentan a la virgen María como si fuera una mujer sumisa, de una piedad quietista, y de una actitud resignada ante las dificultades de la vida. Al contrario, este himno de María es un reto para todos, para que volvamos a evaluar la razón y la forma de nuestras actitudes y, cantando con María, nos unamos al obrar de Dios y la realización de su reino.
María canta porque Dios la ha mirado, ha notado su existencia, y la ha hecho parte de su plan de salvación. María canta porque, tal vez sin saberlo, ella era ejemplo de cómo Dios se interesa por la gente humilde. María canta porque ella se ha convertido en testigo de que Dios no discrimina contra la gente pobre y la gente despreciada. María canta porque Dios no pasa por alto aquellas personas que son consideradoras como menos que los demás. María canta porque Dios no se solidariza ni toma parte con las injusticias cometidas contra personas por el color de su piel, su salud, su apellido, ni tantas otras discriminaciones de las cuales somos objetos.
María canta, y su cántico refleja una espiritualidad que muestra la manera de vivir el Evangelio de acuerdo a la voluntad de Dios. Es una espiritualidad liberadora que afirma la dignidad del pobre, que señala las injusticias, y que anuncia buenas noticias que señalan el camino para ser agentes de transformación. Es una espiritualidad que testifica de la alegría y la gratitud a Dios porque es misericordioso y poderoso. Es la espiritualidad de los niños que sufren hambre y sed porque explotadores se han adueñado del agua y establecen el costo de los alimentos a precios prohibitivos. Es la espiritualidad de los miles de enfermos que oran porque no tienen acceso a una atención médica de calidad que esté al alcance de sus recursos. Es la espiritualidad de las personas abandonadas, las personas de mayor edad que no tienen quien le extienda una mano. Es una espiritualidad transformadora y liberadora porque Dios se ha mostrado en favor de los humildes y se ha solidarizado con ellos.
El himno de María (el Magnificat) también habla de una visión de transformación de las estructuras de poder y las estructuras económicas. El himno describe una inversión de los valores tradicionales en los cuales los ricos continúan haciéndose más y más ricos mientras la gran mayoría es más y más pobre. María canta y reta a los cristianos a tener una actitud diferente al mundo, que reconoce que la felicidad no consiste en la abundancia de los bienes que se posee. María canta de un futuro diferente, una esperanza diferente, una alegría diferente, unas relaciones entre los seres humanos diferente, y una espiritualidad que señale esta celebración de la Iglesia en la dirección del amor a Dios y el amor al prójimo. Es una espiritualidad que nos vuelve a traer al presente para que hoy la hagamos realidad en nuestras vidas. Tanto Elisabet como María eran mujeres de fe y de esperanza. Su fe y esperanza les permitía imaginarse un nuevo y mejor futuro. Sin embargo, la historia nos enseña que ese futuro está aún por realizarse.
Cuando se escribía el Evangelio según san Lucas, muchos años después de este cántico de María, la iglesia pasaba por grandes tribulaciones. Sin embargo, el Magnificat era cantado una y otra vez a pesar de que todavía había injusticia, discrimen, dolor, enfermedad, clases opresoras y personas oprimidas. El Magnificat se cantaba también cuando los cristianos eran discriminados por su fe, cuando ser cristiano se consideraba un retraso cultural y un tipo de enfermedad que debía ser erradicada del pueblo. Pero se cantaba porque tanto Lucas, como María, y también la iglesia a través de los siglos, están convencidos que todavía podemos cantar, celebrar porque Dios todavía no se ha dado por vencido con nosotros.
Cantemos, hermanos y hermanas. Cantemos del amor de Dios por la humanidad, cantemos de la gracia de Dios que se hace carne para mostrar su salvación para nosotros. Cantemos de la alegría que ofrece la buena noticia de que todavía Dios se interesa, escucha, extiende su mano, y muestra un camino mejor.
Podemos cantar porque Dios insiste en amarnos a pesar de nosotros mismos. Podemos cantar, como los ángeles, como los mártires, y como tantas otras personas que confían en el Señor, unir nuestras voces al trabajo en el camino de un futuro mejor para nuestra iglesia y para nuestro pueblo. Amén.
[1] Aunque algunos manuscritos antiguos atribuyen el cántico a Elisabet, los manuscritos griegos y casi todas las traducciones y escritores antiguos atribuyen el himno a María. Véase Roger L. Omanson y Bruce Manning Metzger. A Textual Guide to the Greek New Testament: An Adaptation of Bruce M. Metzger’s Textual Commentary for the Needs of Translators. Stuttgart: Deutsche Bibelgesellschaft, 2006, p. 109.
[2] El texto de la Vulgata Latina dice: “Magnificat anima mea Dominum” (Lucam 1:46b)
He tenido el privilegio de ser parte del ministerio de la Iglesia durante muchos años. En los mismos he tenido la oportunidad de servir como pastor y como profesor de seminario en Puerto Rico, Chicago, el área de Los Ángeles, Matanzas, Cuba, y al presente con varias instituciones de educación teológica a través del Caribe. He aprendido sobre la dedicación, la entrega, el testimonio arriesgado, y la valentía con la cual la Iglesia ha sido testigo del amor de Dios, de la alegría de servirle aun en medio de dificultades, de la seguridad de su esperanza en ver hechos realidad los sueños e ideales del pueblo cristiano, y la paz que ofrece vivir intensamente, con buena consciencia, tratando de ser fieles testigos de Jesucristo día tras día. En estos días difíciles, es bueno recordar que las Escrituras ofrecen, como Palabra de Dios, dirección y esperanza. Les invito a meditar unos minutos en un cántico que puede sernos de gran bendición.
Para mí, las historias relacionadas con el nacimiento de Jesús son algunas de las más emocionantes historias de la Biblia. En este pasaje encontramos dos personajes en sus diálogos más personales. Más aún, aparte del diálogo entre Noemí y dos nueras viudas (Rut 1:6˗18), la Biblia ofrece muy pocos ejemplos en los cuales las mujeres hablen entre sí, y que las mujeres sean las protagonistas principales en la historia de la salvación.
La porción del cántico de María se encuentra después que Lucas cuenta que el ángel Gabriel anuncia a la virgen María que ella había hallado gracia delante de Dios, y que ella había sido escogida para ser la madre de Jesús. Gabriel hace unas promesas a María sobre el futuro de su Hijo. El niño por nacer será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, y reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin (Luc 1:32˗33). Gabriel dice a María que su parienta, Elisabet, también está en su sexto mes de embarazo, lo cual confirma el mensaje angelical. Cuando Elisabet escuchó el saludo de María, la criatura en su vientre saltó, y Elisabet expresa una exclamación de cómo Dios había bendecido a María de forma especial, por haberla escogido para ser la madre del Señor (Lucas 1:39˗45).
María responde a Elisabet con uno de los cánticos más profundos y reveladores del Nuevo Testamento.[1] Este hermoso himno de alabanza describe lo que Dios ha hecho por ella, y revela la que Dios quiere hacer con los pueblos. Este himno, conocido como “El Magnificat” por su primera palabra en la versión latina de la Biblia,[2] ofrece un mensaje refrescante para momentos de incertidumbres y dificultades. Es un himno que refleja una visión de la historia y una forma de entender el obrar de Dios que dista mucho de las tradiciones populares que presentan a la virgen María como si fuera una mujer sumisa, de una piedad quietista, y de una actitud resignada ante las dificultades de la vida. Al contrario, este himno de María es un reto para todos, para que volvamos a evaluar la razón y la forma de nuestras actitudes y, cantando con María, nos unamos al obrar de Dios y la realización de su reino.
María canta porque Dios la ha mirado, ha notado su existencia, y la ha hecho parte de su plan de salvación. María canta porque, tal vez sin saberlo, ella era ejemplo de cómo Dios se interesa por la gente humilde. María canta porque ella se ha convertido en testigo de que Dios no discrimina contra la gente pobre y la gente despreciada. María canta porque Dios no pasa por alto aquellas personas que son consideradoras como menos que los demás. María canta porque Dios no se solidariza ni toma parte con las injusticias cometidas contra personas por el color de su piel, su salud, su apellido, ni tantas otras discriminaciones de las cuales somos objetos.
María canta, y su cántico refleja una espiritualidad que muestra la manera de vivir el Evangelio de acuerdo a la voluntad de Dios. Es una espiritualidad liberadora que afirma la dignidad del pobre, que señala las injusticias, y que anuncia buenas noticias que señalan el camino para ser agentes de transformación. Es una espiritualidad que testifica de la alegría y la gratitud a Dios porque es misericordioso y poderoso. Es la espiritualidad de los niños que sufren hambre y sed porque explotadores se han adueñado del agua y establecen el costo de los alimentos a precios prohibitivos. Es la espiritualidad de los miles de enfermos que oran porque no tienen acceso a una atención médica de calidad que esté al alcance de sus recursos. Es la espiritualidad de las personas abandonadas, las personas de mayor edad que no tienen quien le extienda una mano. Es una espiritualidad transformadora y liberadora porque Dios se ha mostrado en favor de los humildes y se ha solidarizado con ellos.
El himno de María (el Magnificat) también habla de una visión de transformación de las estructuras de poder y las estructuras económicas. El himno describe una inversión de los valores tradicionales en los cuales los ricos continúan haciéndose más y más ricos mientras la gran mayoría es más y más pobre. María canta y reta a los cristianos a tener una actitud diferente al mundo, que reconoce que la felicidad no consiste en la abundancia de los bienes que se posee. María canta de un futuro diferente, una esperanza diferente, una alegría diferente, unas relaciones entre los seres humanos diferente, y una espiritualidad que señale esta celebración de la Iglesia en la dirección del amor a Dios y el amor al prójimo. Es una espiritualidad que nos vuelve a traer al presente para que hoy la hagamos realidad en nuestras vidas. Tanto Elisabet como María eran mujeres de fe y de esperanza. Su fe y esperanza les permitía imaginarse un nuevo y mejor futuro. Sin embargo, la historia nos enseña que ese futuro está aún por realizarse.
Cuando se escribía el Evangelio según san Lucas, muchos años después de este cántico de María, la iglesia pasaba por grandes tribulaciones. Sin embargo, el Magnificat era cantado una y otra vez a pesar de que todavía había injusticia, discrimen, dolor, enfermedad, clases opresoras y personas oprimidas. El Magnificat se cantaba también cuando los cristianos eran discriminados por su fe, cuando ser cristiano se consideraba un retraso cultural y un tipo de enfermedad que debía ser erradicada del pueblo. Pero se cantaba porque tanto Lucas, como María, y también la iglesia a través de los siglos, están convencidos que todavía podemos cantar, celebrar porque Dios todavía no se ha dado por vencido con nosotros.
Cantemos, hermanos y hermanas. Cantemos del amor de Dios por la humanidad, cantemos de la gracia de Dios que se hace carne para mostrar su salvación para nosotros. Cantemos de la alegría que ofrece la buena noticia de que todavía Dios se interesa, escucha, extiende su mano, y muestra un camino mejor.
Podemos cantar porque Dios insiste en amarnos a pesar de nosotros mismos. Podemos cantar, como los ángeles, como los mártires, y como tantas otras personas que confían en el Señor, unir nuestras voces al trabajo en el camino de un futuro mejor para nuestra iglesia y para nuestro pueblo. Amén.
[1] Aunque algunos manuscritos antiguos atribuyen el cántico a Elisabet, los manuscritos griegos y casi todas las traducciones y escritores antiguos atribuyen el himno a María. Véase Roger L. Omanson y Bruce Manning Metzger. A Textual Guide to the Greek New Testament: An Adaptation of Bruce M. Metzger’s Textual Commentary for the Needs of Translators. Stuttgart: Deutsche Bibelgesellschaft, 2006, p. 109.
[2] El texto de la Vulgata Latina dice: “Magnificat anima mea Dominum” (Lucam 1:46b)
—Rev. David Cortés Fuentes, PhD