¡No te inquietes ni te preocupes! ¡Por supuesto!
“No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios… (Filipenses 4:6, NVI)
La ansiedad es un tema de los seres humanos, una respuesta natural a las circunstancias y a las situaciones difíciles que enfrentamos en la vida. La otra respuesta natural que tenemos como seres humanos es el impulso/deseo de resolver nuestros problemas, sean los que sean. Cuando tenemos que enfrentar la realidad, reconociendo nuestra indefensión y desesperación,
pasamos inmediatamente a un estado de preocupación, ansiedad, miedo y pánico. Nuestra situación actual, teniendo que convivir con el coronavirus (COVID-19), nos ha desconcertado
por sus efectos devastadores en la humanidad. Comprender las complejidades médicas del COVID-19 es una cosa, pero lidiar con sus efectos socioeconómicos, socio-étnicos, religiosos y culturales es otra. Todas las personas estamos afectadas, en todo el mundo; y dependiendo de dónde nos encontremos en el continente, nuestra clase social/etnia y nuestras posibilidades financieras, determinan cómo estamos la situación nos trata y nos afecta. Alcanza con decir que el coronavirus en sí mismo no hace distinción de color, clase o credo.
La muerte es inevitable ante el COVID-19 y aquellas personas que sufrieron su manifestación más severa y lograron recuperarse, pueden afirmar a ciencia cierta que han estado a la puerta de la muerte y han regresan. De hecho, somos desafiados y desafiadas psicológica, emocional, mental, social y financieramente, e incluso nuestra fe se ve conmovida. Todas las personas buscamos respuestas, aun cuando la ciencia médica se esfuerza en conseguir una vacuna y el medicamento más apropiado para tratar a quienes están infectados. Sin un final a la vista, nos sentimos en el límite, particularmente desde que nos vimos en la obligación de mantener un aislamiento social, lo cual alteró nuestra rutina "normal" y la vida, tal como la conocíamos, adquirió un nuevo formato.
Nos preguntamos entonces, ¿qué significa no preocuparse? Cuando Pablo escribió a la Iglesia en Filipos en el capítulo 4 de Filipenses, no abordó los errores doctrinales, sino los problemas relacionales. Cualquiera sea la causa de esas dificultades relacionales, Pablo sabe que las relaciones rotas pueden tener serias repercusiones para el crecimiento, el desarrollo y la madurez del cuerpo de Cristo. Del mismo modo, en este momento del COVID-19, nuestras relaciones están siendo probadas y desafiadas: en los hogares, en el lugar de trabajo y, en general, en la medida en que interactuamos o no interactuamos con otras personas. No tenemos más remedio que enfrentarnos cara a cara en un espacio en particular o que luchar/esforzarnos para no tocarnos o acercarnos para reducir la propagación del COVID-19. Sin embargo, sean cuales hayan sido las circunstancias que llevaron a Pablo a alentar a la Iglesia en Filipos a no preocuparse ni inquietarse, sino a orar y alabar a Dios, debe haber sido una ocasión peligrosa y perjudicial para sus vidas y para la Iglesia en general.
La historia ha demostrado que la humanidad en general posee la tenacidad y la resistencia para enfrentarse a y superar lo que sea, incluso cuando al lidiar con la tragedia, el dolor y la pérdida. De la misma manera, también hoy tenemos la tenacidad y la voluntad de orar y de alabar a Dios en tiempos de crisis y de caos. Aun si nos encontramos participando en la oración y en la alabanza, puede parecer que ello no tiene sentido en ese momento. Sin embargo, no tenemos excusas para no orar o alabar ... quién sabe lo que puede suceder. E incluso si no sucediera entonces, quién sabe lo que puede suceder luego. En otras palabras, nuestra fe se profundiza en los momentos de prueba, no cuando las cosas van "bien" o están "ok". Es nuestra fe la que nos ancla y la que nos da la seguridad de que, aunque las cosas se pongan difíciles, ella nos cargará y nos sostendrá. Por lo tanto, hago mía la recomendación de Pablo en Filipenses 4: 6: "Ora y alaba, no te inquietes ni te preocupes". Orar y alabar tienen el potencial de hacer mucho por nosotros y nosotras a nivel emocional, mental y espiritual, y me atrevo a decir, incluso financieramente. Preocuparnos e inquietarnos no nos llevará a ninguna parte. Por el contrario, puede generarnos angustia y desesperación; y a estos dos intrusos que no son bienvenidos, no deseamos recibirlos.
La ansiedad es un tema de los seres humanos, una respuesta natural a las circunstancias y a las situaciones difíciles que enfrentamos en la vida. La otra respuesta natural que tenemos como seres humanos es el impulso/deseo de resolver nuestros problemas, sean los que sean. Cuando tenemos que enfrentar la realidad, reconociendo nuestra indefensión y desesperación,
pasamos inmediatamente a un estado de preocupación, ansiedad, miedo y pánico. Nuestra situación actual, teniendo que convivir con el coronavirus (COVID-19), nos ha desconcertado
por sus efectos devastadores en la humanidad. Comprender las complejidades médicas del COVID-19 es una cosa, pero lidiar con sus efectos socioeconómicos, socio-étnicos, religiosos y culturales es otra. Todas las personas estamos afectadas, en todo el mundo; y dependiendo de dónde nos encontremos en el continente, nuestra clase social/etnia y nuestras posibilidades financieras, determinan cómo estamos la situación nos trata y nos afecta. Alcanza con decir que el coronavirus en sí mismo no hace distinción de color, clase o credo.
La muerte es inevitable ante el COVID-19 y aquellas personas que sufrieron su manifestación más severa y lograron recuperarse, pueden afirmar a ciencia cierta que han estado a la puerta de la muerte y han regresan. De hecho, somos desafiados y desafiadas psicológica, emocional, mental, social y financieramente, e incluso nuestra fe se ve conmovida. Todas las personas buscamos respuestas, aun cuando la ciencia médica se esfuerza en conseguir una vacuna y el medicamento más apropiado para tratar a quienes están infectados. Sin un final a la vista, nos sentimos en el límite, particularmente desde que nos vimos en la obligación de mantener un aislamiento social, lo cual alteró nuestra rutina "normal" y la vida, tal como la conocíamos, adquirió un nuevo formato.
Nos preguntamos entonces, ¿qué significa no preocuparse? Cuando Pablo escribió a la Iglesia en Filipos en el capítulo 4 de Filipenses, no abordó los errores doctrinales, sino los problemas relacionales. Cualquiera sea la causa de esas dificultades relacionales, Pablo sabe que las relaciones rotas pueden tener serias repercusiones para el crecimiento, el desarrollo y la madurez del cuerpo de Cristo. Del mismo modo, en este momento del COVID-19, nuestras relaciones están siendo probadas y desafiadas: en los hogares, en el lugar de trabajo y, en general, en la medida en que interactuamos o no interactuamos con otras personas. No tenemos más remedio que enfrentarnos cara a cara en un espacio en particular o que luchar/esforzarnos para no tocarnos o acercarnos para reducir la propagación del COVID-19. Sin embargo, sean cuales hayan sido las circunstancias que llevaron a Pablo a alentar a la Iglesia en Filipos a no preocuparse ni inquietarse, sino a orar y alabar a Dios, debe haber sido una ocasión peligrosa y perjudicial para sus vidas y para la Iglesia en general.
La historia ha demostrado que la humanidad en general posee la tenacidad y la resistencia para enfrentarse a y superar lo que sea, incluso cuando al lidiar con la tragedia, el dolor y la pérdida. De la misma manera, también hoy tenemos la tenacidad y la voluntad de orar y de alabar a Dios en tiempos de crisis y de caos. Aun si nos encontramos participando en la oración y en la alabanza, puede parecer que ello no tiene sentido en ese momento. Sin embargo, no tenemos excusas para no orar o alabar ... quién sabe lo que puede suceder. E incluso si no sucediera entonces, quién sabe lo que puede suceder luego. En otras palabras, nuestra fe se profundiza en los momentos de prueba, no cuando las cosas van "bien" o están "ok". Es nuestra fe la que nos ancla y la que nos da la seguridad de que, aunque las cosas se pongan difíciles, ella nos cargará y nos sostendrá. Por lo tanto, hago mía la recomendación de Pablo en Filipenses 4: 6: "Ora y alaba, no te inquietes ni te preocupes". Orar y alabar tienen el potencial de hacer mucho por nosotros y nosotras a nivel emocional, mental y espiritual, y me atrevo a decir, incluso financieramente. Preocuparnos e inquietarnos no nos llevará a ninguna parte. Por el contrario, puede generarnos angustia y desesperación; y a estos dos intrusos que no son bienvenidos, no deseamos recibirlos.
—Rev. Tara Tyme
Iglesia Unida en Jamaica y las Islas Caimán