Los más pequeños y las más pequeñas entre nosotros
Esta es la segunda reflexión de una serie de reflexiones durante este tiempo inusual.
Comunidad y cuidado de personas ancianas, enfermas y económicamente frágiles en medio de la pandemia del COVID-19
Una de las primeras comparaciones que escuché de los y las colegas en este momento en el ministerio, fue con la de la Iglesia Primitiva en los años que siguieron inmediatamente luego de la crucifixión de Cristo; personas dispersas en ciudades de todo el antiguo Cercano Oriente, reunidas en secreto, reunidas en aposentos altos y en casas pequeñas. Desde estos humildes comienzos, la Iglesia del Señor Jesucristo creció de un pequeño movimiento contracultural a una manifestación viva del reino de Dios en la tierra. A través de la persecución y la opresión, la Iglesia vivió y floreció, porque se comprometió a tres cosas: a la predicación, la comunión y la sanación.
En la continuidad del relato de Lucas que se conserva en los "Hechos de los Apóstoles", leemos acerca de los enormes dones de predicación de Pedro y sobre la llegada del Espíritu Santo, leemos la historia de la transformación y expansión de la Iglesia, oímos cómo Dios altera los viejos sistemas de ser y redefine lo que implica la fidelidad. No debería perderse de vista que, al concluir el segundo capítulo de Hechos, las primeras personas convertidas en ese día de Pentecostés hacen tres cosas que serán cruciales para la Iglesia hoy en medio de la pandemia del COVID-19 y para cada uno de nosotros, cada una de nosotras, como creyentes:
1) Se dedicaron a las enseñanzas apostólicas y a vivir en comunidad
2) Se comprometieron a la celebración de la comunión
3) Se comprometieron a cuidar a cualquiera de que lo necesitara dentro de la comunidad
Esto es lo que hace la Iglesia, nos especializamos en la proclamación de la Palabra, la observancia de la Cena del Señor y en satisfacer las necesidades prácticas de nuestros vecinos. Esto es lo que somos, y quizás esta pandemia es una oportunidad para reenfocarnos en este trabajo que es el núcleo de lo que significa ser la Iglesia.
Hace poco recibí un mensaje de un miembro de la congregación donde crecí. Me informaban que una ex lideresa de mis tiempos de juventud, que recientemente se había convertido en abuela, había perdido trágicamente a su nieta, que apenas tenía dos semanas. Cuando la llamé, ella estaba ocupada, cuidando a su familia y a todas las personas que la rodeaban. Durante nuestra llamada, ella me contó que yo era parte de una larga lista de personas que se habían comunicado para orar con ella, ofrecerle sus condolencias y simplemente compartir el silencio por teléfono. Ella me hizo saber que esas múltiples llamadas, la larga lista de personas que se tomaron el tiempo para recordarla, hicieron que fuese posible vivir cada uno de esos momentos dolorosos.
El espíritu humano siempre encontrará formas de generar encuentros. Incluso ahora, durante la pasada semana ha habido una proliferación de congregaciones que crearon páginas de Facebook, coordinaron llamadas en conferencia y algunas transmitieron en vivo sus cultos por primera vez el domingo pasado. Y mientras vamos re-imaginando como ser comunidad durante el tiempo de distanciamiento social y los momentos celebrativos cuando la Iglesia se encuentra dispersa, también debemos comprometernos a hacerlo recordando lo que en esencia significa ser Iglesia: adherirse a la Palabra de Dios, comunicarnos entre nosotros y nosotras, incluso desde la distancia, y velando por las necesidades de aquellas personas que están sufriendo dentro de la comunidad, que están quebrantadas, aquellas que más requieran la presencia amorosa de Cristo. Y para que no haya confusión, nosotros y nosotras somos Cristo en el mundo de hoy, somos sus manos y sus pies, y así, debemos mostrarnos.
Este punto se hace muy claro en la lectura del leccionario de esta semana, en el Evangelio de Juan. En dicha selección leemos sobre la muerte de Lázaro, sobre el dolor de su hermana y sobre la respuesta de Jesús. Pero esto es lo que más me llama la atención, de modo especial en la medida que vamos transitando por esta nueva realidad: Jesús aparece, Jesús nunca pierde la esperanza, y Jesús nos recuerda quién es él. Un adecuado ejemplo para nosotros y nosotras mientras buscamos satisfacer las necesidades de aquellas personas que son más vulnerables en el marco de esta pandemia.
Cuando desentrañamos el relato de Juan desde nuestro contexto, vemos que Jesús está lejos de Lázaro, María y Marta. El texto dice que Jesús se tarda en ir a ver a María y Marta en su momento de dolor. Y aunque Cristo se tarda en ir a ver a la familia de su amigo recientemente fallecido, hacerse presente sigue siendo una prioridad. Una vez que Jesús llega, habla con Marta y le dice simplemente: "Tu hermano resucitará". Afirmar una obstinada esperanza, casi tonta, creo que debería ser un modelo para manifestar nuestra fidelidad cotidiana.
Pero finalmente, en medio de aquel duelo y aquel dolor, Jesús les recuerda a todas las personas presentes quién es él: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?” Esta es la pregunta que todos y todas debemos responder, ¿creemos que Jesús es quien dice ser? De ser así, entonces sabemos lo que debemos hacer. Llamar a aquellas personas que en nuestras comunidades se encuentran solas, enfermas, a aquellas que tienen el corazón quebrado; y llamarlas con frecuencia. Velar por aquellos miembros de la congregación que normalmente caen por las grietas y se esconden a nuestra vista. Cuidar de las personas que nos han sido confiadas. Estas son cualidades que siempre hemos tenido, y ahora es la oportunidad de desarrollarlas.
Mis amigos, mis amigas, ahora es el momento de revelarse. No te alejes de la responsabilidad, no asumas que alguien más lo hará. Somos la Iglesia, nuestra especialidad es proclamar la Palabra, somos expertos y expertas en el acompañamiento mutuo, somos conocidos y conocidas por la profundidad del amor que compartimos, las necesidades que ayudamos a satisfacer y los cuidados que ofrecemos.
Mi oración por cada uno de nosotros y de nosotras es simplemente esta: cuando se nos llama a dar cuenta de este tiempo, que Cristo nos diga: “Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron".
Amén.
—J. Henry Narcisse, Maestro en divinidades
Joshua fue delegado de la Iglesia Presbiteriana de los EE. UU. en la Asamblea General de CANAAC 2018.
Actualmente se desempeña como pastor residente en Memphis, Tennessee.
Joshua fue delegado de la Iglesia Presbiteriana de los EE. UU. en la Asamblea General de CANAAC 2018.
Actualmente se desempeña como pastor residente en Memphis, Tennessee.