Polvo y aliento
Y Dios el Señor formó al hombre[a] del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente. —Génesis 2:7 (NVI)
Puede que mi predilección por "Trini" sea que lo me haga decir que poco se puede comparar con el esplendor de nuestra isla. Aquellas personas que han sido besadas por el Caribe pueden dar fe del calor de nuestro sol dorado, el ritmo y lo vibrante de nuestra gente y el sabor diverso de nuestra cultura. Incluso tenemos un dicho local que dice "Dios es una Trini", lo cual es a la vez un testimonio de nuestra fe, así como de nuestra esperanza a través de los tumultos del futuro.
No obstante, en ocasiones también dudamos del favor de Dios sobre Trinidad y Tobago. Nuestras entrañas se estremecen cada vez que oímos disparos de armas de fuego a la distancia. Nuestras almas se estremecen cuando nos enteramos de que otra hermana o hermano ha sido abusado o asesinado en su propia casa. Nuestros hijos e hijas enfrentan el desafío de desarrollarse en un sistema construido sobre las desigualdades del racismo y del clasismo, mientras nos preguntamos: ¿cuándo acabará el sufrimiento?
En el espíritu de la Confesión de Accra, este transitando momento kairótico para el mundo, un momento oportuno para leer los signos de los tiempos. Durante la actual pandemia del COVID-19, el cierre de nuestro país nos dio la necesaria soledad para reflexionar sobre si la vida robótica que apreciamos está alineada con la voluntad de Dios. Propongo aquí que aprendamos de quienes redactaron el Génesis y que regresemos a la esencia de nuestra creación: la intimidad con Dios a través del polvo y del aliento.
La estrecha relación de Dios con nosotros y nosotras inicia con la narración de Dios formándonos desde el polvo. La imagen evocada por la palabra hebrea que se utiliza para "formar" (וַיִּיצֶר֩) indica la cuidadosa maestría de Dios a medida que nos va formando y moldeando. En el Caribe, podemos pensar en la alegría y en la determinación de un niño o una niña que con entusiasmo construye esculturas de arena en la playa. Es asombroso que el primer contacto de Dios con nosotros y nosotras sea a través de la obra de Dios con la tierra. Somos el resultado de la interacción divina de Dios con la tierra.
Sin embargo, nuestra historia relata acerca de nuestra rebelión contra la tierra. Hemos construido nuestras comunidades sobre sistemas que descuidan nuestra conexión divina con la naturaleza. Como se expresa en la Confesión de Accra, “Esta política del crecimiento ilimitado entre los países industrializados, y el afán de lucro de las empresas transnacionales han saqueado la tierra y han dañado gravemente el medio ambiente.”(8) Ahora estamos sufriendo porque nos hemos olvidado de abrazar la biodiversidad, de administrar nuestros desechos de manera responsable y de valorar la tierra y sus dones.
Nuestro llamado ahora, invita a recuperar la intimidad con Dios una vez más a través del polvo. A pesar de que la iglesia caribeña tiene sus orígenes en el imperio, hoy, como iglesia indígena, podemos alzar nuestra voz profética por la tierra – el proyecto de la gracia divina que nos rodea. Nosotros y nosotras, por medio de nuestra intimidad divina con la tierra, podemos crear y sostener la vida, en lugar de destruirla.
El segundo acto de intimidad con Dios tuvo lugar cuando Dios "sopló" (וַיִּפַּ֥ח) vida en su obra terrestre. Hemos olvidado que, sin ese aliento de Dios en nuestras existencias, no seríamos más que esculturas inmóviles y desapasionadas. Es únicamente por el aliento de Dios que tenemos vida y dignidad. Por ende, no hay espacio para la arrogancia engañosa que nos hace creer que la herencia familiar, la riqueza, la educación, el color de la piel o la orientación sexual pueden ubicarnos en una jerarquía de mayor valor. Así, en medio de la inequidad nacida de nuestra codicia, nos unimos a la confesión de Accra para declarar: “Creemos que Dios es un Dios de justicia ... un Dios que llama a establecer relaciones justas con toda la creación.” (24)
Este es un momento revolucionario para nosotros y nosotras. Reconozcamos a la tierra como nuestra conexión divina con la abundancia de vida y celebremos el don común del aliento para todo el pueblo de Dios. Podemos experimentar la plenitud del reino de Dios en la tierra cuando recordamos quiénes fuimos creados y creadas para ser: amados hijos y amadas hijas del polvo y del aliento divino.
--Cynara Dubé-Sookoo
Estudiante de teología en el Seminario Teológico San Andrés en Trinidad y Tobago,
actualmente sirviendo en la Región Pastoral Aramalaya
de la Iglesia Presbiteriana de Trinidad y Tobago.
Estudiante de teología en el Seminario Teológico San Andrés en Trinidad y Tobago,
actualmente sirviendo en la Región Pastoral Aramalaya
de la Iglesia Presbiteriana de Trinidad y Tobago.