Ser iglesia: ¡cambiar el paradigma y ser relevantes!
Mientras seguimos luchando con la nueva normalidad que nace de la pandemia global de COVID-19, la Iglesia cristiana no puede hacer la vista gorda ante otros problemas que requieren su urgente atención: la violencia de género, el crimen, el tráfico de personas, el VIH-SIDA y el racismo sistémico que parece ser el tópico del momento.
Mucho antes de que esta pandemia sacudiera al mundo entero, la Iglesia cristiana estaba bregando con la cuestión de cómo ser relevante en un mundo en constante transformación. Muchas personas se han estado preguntando qué le depara el futuro a la Iglesia y si tendrá la capacidad de sobrevivir en ese futuro. Sabemos desde hace largo tiempo que, para ser Iglesia en el presente, necesitamos cambiar el paradigma. Los cristianos y las cristianas deben hallar el modelo adecuado de aquello que la iglesia debería ser. Para que la Iglesia se desarrolle, y no solo sobreviva, debe tener un enfoque misional sólido y una identidad robusta.
La Iglesia cristiana, por ende, no puede quedarse en silencio si su membresía es testigo de actos de violencia o de resabios de racismo sistémico e inherente en nuestros países y en el mundo en general. La Iglesia cristiana está convocada a apoyar con firmeza a cualquier integrante de la familia humana que se enfrente a la inhumanidad del racismo. El racismo debe ser erradicado.
La Iglesia Presbiteriana de Trinidad y Tobago (PCTT, por sus siglas en inglés) celebró recientemente su histórico 60° Jubileo y Asamblea General Anual del Sínodo, a través de Zoom. Luego de 152 años de trabajo evangelístico, educativo y social, la PCTT ha liberada a muchas personas de la pobreza y de sus necesidades. Debemos decir también que, como muchas otras iglesias, somos culpables de complacencia y de actuar de un modo que ha permitido mantenerlas las cosas durante cierto tiempo.
Es por ello que, con corazón y espíritu arrepentidos, la PCTT expresa su solidaridad con el movimiento ecuménico y con otras organizaciones religiosas, locales, regionales e internacionales, condenando sin titubeos el racismo, sistémico o de cualquier otro tipo. Reafirmamos el compromiso con los principios de la justicia, la equidad y la inclusión. Estos son algunos de los sellos distintivos de nuestra fe cristiana. Impulsados e impulsadas por la importancia de nuestro compromiso con estos principios y valores, debemos profundizar nuestra comprensión acerca del efecto devastador del racismo sistémico. Podemos lograr esto si trabajamos junto a todas las partes interesadas para ampliar la sensibilidad cultural y erradicar la discriminación.
Trinidad y Tobago, como el resto del Caribe, está bendecida con una cultura de unidad en la diversidad. Somos una comunidad multirreligiosa, multiétnica y multirracial. Muchas personas nos admiran como "un pueblo arcoíris". No obstante, el racismo tiene la tendencia a levantar su fea rostro cada vez que se celebra una elección general a nivel nacional. Pero, debemos ejercitar nuestra solidaridad para aplastar la discriminación racial y toda forma de discriminación.
Reconociendo que el racismo es tan real como la vida misma y tan serio como la muerte, la Iglesia cristiana debe ayudar a las personas a pasar de una actitud de hostilidad a una actitud hospitalaria. De manera conjunta, debemos elaborar una comprensión más profunda respecto de los problemas relativos a la justicia social y a la equidad para todas las personas, educando a nuestras diversas comunidades sobre el antirracismo, la diversidad, la justicia social y la inclusión. Debemos intensificar nuestros esfuerzos para desarrollar un ministerio de reconciliación y de mediación más cohesionado.
La Iglesia cristiana no puede estar orientada hacia sí misma. Por el contrario, debe practicar una misión y un evangelismo más relevantes, tanto en palabras como en acciones. La Iglesia, sin duda, ha sido bofeteada por los mismos desafíos que han estado afectando a otras instituciones de la sociedad. Y lucha por comprender los cambios vertiginosos; adaptarse a este cambio con una respuesta inteligente; y evitar las consecuencias de una respuesta condicionada al cambio global.
El rol de la Iglesia cristiana es un rol profético. Si la Iglesia no recupera su responsabilidad profética, se convertirá en un club social irrelevante, sin autoridad moral ni espiritual. Sin embargo, debemos orar y trabajar de modo conjunto por una significativa transformación en la Iglesia, en nuestros países y en el mundo en general.
Somos animados y animadas a participar en diálogos constructivos con nuestras familias, amistades y comunidades. Se nos insta a orar y a buscar la continua revelación y la sanidad del Espíritu Santo. Asumamos el compromiso de tomar más acción y responsabilidad hacia un futuro más inclusivo y más justo. Reconocemos que todos y todas debemos hacer más, como lo hizo Cristo, nuestro Salvador a través de su ministerio aquí en la tierra. En unidad, podemos desarrollar un mañana mejor y más equitativo para todas las personas. El Dios que nos creó iguales y a su misma imagen nos convoca a construir una comunidad de compasión, de amor, de justicia, de paz y de reconciliación. Siendo Iglesia, ahora más que nunca, ¡recibimos el llamado a cambiar el paradigma y a ser relevantes!
—Reverendísima Joy Evelyn Abdul-Mohan
Moderador, Iglesia Presbiteriana de Trinidad y Tobago
Moderador, Iglesia Presbiteriana de Trinidad y Tobago