Un gran debate
Hay un gran debate si debemos hablar más sobre las “buenas noticias” de las personas que han sobrevivido o si continuamos exhortando a la gente a tomar precaución y evitar el contagio con este virus que ha mostrado ser capaz de enfermar casi un millón de personas en unos meses. Si bien es cierto que algunas personas se han recuperado, también es cierto que las mismas han pasado por un tiempo difícil y crítico en sus vidas. Me imagino que estas personas ya no serán las mismas, porque después de haber estado expuestas a la enfermedad, también vivieron la realidad de estar conscientes de que tantas otras personas que no sobrevivieron. Cuando nos encontramos con la realidad de un familiar cercano que es víctima de la enfermedad, y una persona conocida y apreciada ya ha perdido la batalla, es difícil hablar de buenas noticias.
Es muy difícil encontrar consuelo en el hecho de que otras personas pueden estar pasándolas peor que nosotros. Sí, es cierto, yo he sido testigo del sufrimiento y la estrechez con que viven muchas otras personas, las cuales me puedo imaginar que sufren más que yo. Pero en lugar de encontrar consuelo en su mayor dolor, lo que encuentro es un sentido de carga porque he sido “privilegiado”. El dolor mayor de otra persona no debe ser consuelo para el nuestro, sino motivo de preocupación de que el mundo esté lleno de dolor. Nuestro menor sufrimiento puede ser considerado una oportunidad para luchar para que otras personas también puedan sufrir menos.
Todos sabemos que los próximos días serán muy complicados en todas las esferas, y no digo porque sea profeta, sino porque soy observador participante. Indudablemente viajar será más complicado y limitado, habrá riesgos y preguntas que ni siquiera podemos imaginarnos. Las relaciones entre familiares, amistades, personas desconocidas, y hasta en las reuniones de las comunidades de fe se verán marcadas por esta difícil experiencia.
Por el bien nuestro, por el bien de nuestros seres queridos, por el bien de toda la humanidad, debemos prestar atención a las noticias, y debemos seguir las recomendaciones de quienes por su experiencia y profesionalismo puedan guiarnos a tomar las mejores decisiones. Es oportuno discernir entre rumores y verdades, entre opinión y evidencia, entre soluciones ilusorias y soluciones basadas en la mejor información disponible al momento. Me parece que es más provechoso tomar precauciones preventivas que esperar por soluciones correctivas.
Hoy, como en todo momento de crisis, se necesitan personas con carácter e integridad, con inteligencia e imaginación, con dedicación y compromiso, que estén dispuestas a ser líderes, aún a costa de su prestigio y ganancia personal. Necesitamos líderes que hablen la verdad, líderes que presten atención a personas instruidas, que sepan ser ejemplos de cordura y decisión y compasión. Otra vez necesitamos mirar al horizonte con discernimiento, esfuerzo y valentía. Tal vez por esto hemos tenido la oportunidad de ser testigos, agentes y participantes en este momento de crisis.
A pesar del horizonte sombrío y turbulento no puedo ni quiero resignarme a las malas noticias. Al contrario, yo creo firmemente en la Buena Noticia de que después de la oscuridad del Viernes Santo, está asegurada la realidad luminosa del domingo de Resurrección. Jesús mismo nos ha sido ejemplo. En lugar de limitarse a quejarse de la desgracia del que había caído en manos de ladrones, nos invita a tener compasión como el samaritano, que extendió su mano de ayuda y restauración del herido medio muerto. Yo creo en el Evangelio (la buena noticia) de que esta crisis no es la última palabra de la historia. Al contrario, como los profetas, héroes y heroínas de la fe de toda la historia bíblica, podemos sostenernos viendo al Invisible (Heb 11:27).
La cristiandad tiene el llamado y la oportunidad para brillar en medio de estas tinieblas. La Iglesia tiene la responsabilidad de creer, vivir, y actuar de tal manera que el mundo pueda glorificar a Dios como resultado de nuestros actos significativos que resulten en bien de las demás personas. La iglesia tiene la responsabilidad y oportunidad de no coquetear con quienes utilizan esta crisis para provecho personal, sino de ser ejemplo de solidaridad, compasión, empatía, y justicia. Si hay algo que me consuela y fortalece a diario, es el recuerdo de hombres, mujeres y jóvenes en las iglesias que tanto en Cuba, la República Dominicana, Jamaica, Puerto Rico, y otros lugares en los cuales he tenido la oportunidad de servir, han mostrado por su fe y ejemplo, que todavía puede celebrarse las buenas noticias, no en comparación con el mayor sufrimiento de otras personas, sino porque nos unimos, en nombre de Cristo, para que otras personas tampoco tengan que sufrir.
Es muy difícil encontrar consuelo en el hecho de que otras personas pueden estar pasándolas peor que nosotros. Sí, es cierto, yo he sido testigo del sufrimiento y la estrechez con que viven muchas otras personas, las cuales me puedo imaginar que sufren más que yo. Pero en lugar de encontrar consuelo en su mayor dolor, lo que encuentro es un sentido de carga porque he sido “privilegiado”. El dolor mayor de otra persona no debe ser consuelo para el nuestro, sino motivo de preocupación de que el mundo esté lleno de dolor. Nuestro menor sufrimiento puede ser considerado una oportunidad para luchar para que otras personas también puedan sufrir menos.
Todos sabemos que los próximos días serán muy complicados en todas las esferas, y no digo porque sea profeta, sino porque soy observador participante. Indudablemente viajar será más complicado y limitado, habrá riesgos y preguntas que ni siquiera podemos imaginarnos. Las relaciones entre familiares, amistades, personas desconocidas, y hasta en las reuniones de las comunidades de fe se verán marcadas por esta difícil experiencia.
Por el bien nuestro, por el bien de nuestros seres queridos, por el bien de toda la humanidad, debemos prestar atención a las noticias, y debemos seguir las recomendaciones de quienes por su experiencia y profesionalismo puedan guiarnos a tomar las mejores decisiones. Es oportuno discernir entre rumores y verdades, entre opinión y evidencia, entre soluciones ilusorias y soluciones basadas en la mejor información disponible al momento. Me parece que es más provechoso tomar precauciones preventivas que esperar por soluciones correctivas.
Hoy, como en todo momento de crisis, se necesitan personas con carácter e integridad, con inteligencia e imaginación, con dedicación y compromiso, que estén dispuestas a ser líderes, aún a costa de su prestigio y ganancia personal. Necesitamos líderes que hablen la verdad, líderes que presten atención a personas instruidas, que sepan ser ejemplos de cordura y decisión y compasión. Otra vez necesitamos mirar al horizonte con discernimiento, esfuerzo y valentía. Tal vez por esto hemos tenido la oportunidad de ser testigos, agentes y participantes en este momento de crisis.
A pesar del horizonte sombrío y turbulento no puedo ni quiero resignarme a las malas noticias. Al contrario, yo creo firmemente en la Buena Noticia de que después de la oscuridad del Viernes Santo, está asegurada la realidad luminosa del domingo de Resurrección. Jesús mismo nos ha sido ejemplo. En lugar de limitarse a quejarse de la desgracia del que había caído en manos de ladrones, nos invita a tener compasión como el samaritano, que extendió su mano de ayuda y restauración del herido medio muerto. Yo creo en el Evangelio (la buena noticia) de que esta crisis no es la última palabra de la historia. Al contrario, como los profetas, héroes y heroínas de la fe de toda la historia bíblica, podemos sostenernos viendo al Invisible (Heb 11:27).
La cristiandad tiene el llamado y la oportunidad para brillar en medio de estas tinieblas. La Iglesia tiene la responsabilidad de creer, vivir, y actuar de tal manera que el mundo pueda glorificar a Dios como resultado de nuestros actos significativos que resulten en bien de las demás personas. La iglesia tiene la responsabilidad y oportunidad de no coquetear con quienes utilizan esta crisis para provecho personal, sino de ser ejemplo de solidaridad, compasión, empatía, y justicia. Si hay algo que me consuela y fortalece a diario, es el recuerdo de hombres, mujeres y jóvenes en las iglesias que tanto en Cuba, la República Dominicana, Jamaica, Puerto Rico, y otros lugares en los cuales he tenido la oportunidad de servir, han mostrado por su fe y ejemplo, que todavía puede celebrarse las buenas noticias, no en comparación con el mayor sufrimiento de otras personas, sino porque nos unimos, en nombre de Cristo, para que otras personas tampoco tengan que sufrir.
— Rev. David Cortés Fuentes, PhD.
Iglesia Presbiteriana de los EE. UU.