Read: John 16-17
Despite sturdy winter boots, my toes curl, banding together as I shuffle through this cold December. I’m stiff, but I can see the lone ray of Sunlight and the snow flakes refracting. Winters in Michigan can seem never ending. As I sit here, under a blanket near the fireplace a few weeks post-Christmas, I know it’s time to take down the tree and box up the ornaments and the nativity scene, but the idea of cold temperatures and snowy weather lingering for two more months (at least!) without the twinkling lights feels depressing. Sunny days are rare here between November and March, and these short days and long nights with cloudy skies cast a gloomy pallor over everything, especially after the initial excitement of the first snow fades and the Christmas season ends. I feel a sense of loss. I carry, in the chill in my toes, the awareness that the road ahead is long. I’ve had similar feelings recently about the state of my denomination, the Reformed Church in America. Shortly after my ordination in 2020, many leaders from my classis in West Michigan formed a group that broke away, fracturing the classis. We experienced staggering loss as, over two years, we shrunk from twenty-eight churches to five. This loss was reflected in the denomination, which grieves the separation of about a quarter of its churches, representing nearly half of the total membership. Despite the loss, we who remained carried a sense of hope. It was like the falling of leaves, those first crisp days of autumn; we knew we were entering a hard season, but the romance of change and the promise of fresh growth after loss compelled us. Loss is still loss, though, and as we continue to discuss denomination-wide restructuring, we face the harsh reality that the coming change will likely mean even more loss, not just of falling leaves and splintered branches, but of resources and relationships we hold very dear. There is hope ahead, but we’ve got lots of winter still to come. Where do we look when the sky seems too gray, the winter too long? Jesus’s prayer for the disciples in John 17 comes as the culmination of a series of warnings of what the disciples have yet to endure. “The hour is coming; indeed it has come, when you will be scattered,” our Lord says (16:32). Very soon, as Jesus had already told them many times, he would be taken back to the Father. The disciples would lose their bodily connection to their Lord and Savior, their daily fellowship with Jesus and with each other; in some cases, they would even lose their lives. “I still have many things to say to you, but you cannot bear to hear them now,” Jesus says in 16:12. Hard things are coming, and Jesus knows it will feel too hard to bear. In the midst of these ominous warnings, Jesus turns his gaze heavenward. He asks his Father to protect his friends, and that plea is linked to a vision: “Holy Father, protect them in your name that you have given me, so that they may be one, as we are one” (17:11). When the road is long, the disciples are invited to remember that they are not alone. And it’s not just about remembrance; Jesus’s prayer provides a promise: God will protect them and bring them to union with Godself. When we feel scattered and the weight of loss seems too much to bear, we remember that we are connected, through Christ, to all who believe. We look to partnerships, global and ecumenical, recognizing our need to come together to endure the long winter. As we learn from each other and support one another, we participate in God’s promise, which is bigger than our own efforts—God will draw us nearer to God’s presence. We will be one, through Christ. I’m relatively new to leadership in the RCA. My ordination in 2020 coincided with the first days of the COVID-19 pandemic, followed shortly by the fissures in the denomination. I, like many, felt shocked, confused, and scattered in spirit. Then, in 2022, I attended my first RCA General Synod. There, I experienced the reality that the loss I felt, shared by folks across the denomination, was not the full story. Beauty was also present—and a diversity of expression in life and worship that reached far beyond my experience in West Michigan. In the midst of lament, the space created by the losses we’ve suffered was actually bringing opportunities to elevate voices of women and people of color, voices that have not always been heard. Though loss will continue and will be hard to bear, we are truly not alone. In the midst of grief, there is hope. Question for Reflection: What winter seasons have you experienced in your own life and ministry? As our Lord turned his eyes heavenward, lift your concerns before the throne of God in prayer. Receive the assurance that in Christ you are not alone. —Katlyn DeVries, Western Theological Seminary
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Leer: Juan 16-17
A pesar de las resistentes botas de invierno se me endurecen los dedos de los pies, se juntan mientras arrastro los pies en este frío de diciembre. Estoy entumecida, pero puedo ver el rayo solitario del sol y los copos de nieve que lo refractan. Los inviernos en Michigan pueden parecer interminables. Aquí sentada, cubierta con una manta cerca de la chimenea, unas semanas luego de la Navidad, sé que es hora de quitar el árbol y de guardar en cajas los adornos y el pesebre, pero la idea de que las temperaturas frías y el tiempo de las nevadas aun continúen durante dos meses más (¡al menos!) sin las luces parpadeantes me deprime. Los días soleados son poco frecuentes aquí entre noviembre y marzo, y estos días cortos y las noches largas con cielos nublados proyectan una palidez sombría, sobre todo, especialmente luego de que la emoción inicial de la primera nevada se desvanece y concluye el tiempo navideño. Tengo una sensación de pérdida. Llevo, en el frío de los dedos de mis pies, la conciencia de que el camino que queda por recorrer es largo. Recientemente he tenido sentimientos similares sobre la situación de mi denominación, la Iglesia Reformada en América. Poco después de mi ordenación en 2020, muchas personas del liderazgo de mi distrito en Michigan Occidental formaron un grupo que se separó, fracturando el distrito. Experimentamos una increíble pérdida ya que, en dos años, nos redujimos de veintiocho iglesias a solo cinco. Esta pérdida se reflejó también a nivel denominacional, lamentando la separación de aproximadamente una cuarta parte de sus iglesias, que representan casi la mitad del total de la membresía. A pesar de la pérdida, quienes quedamos manteníamos un sentimiento de esperanza. Era como la caída de las hojas, esos primeros días crujientes de otoño; sabíamos que estábamos entrando en una estación dura, pero nos impulsaban el romanticismo del cambio y la promesa de un nuevo crecimiento luego de la pérdida. Sin embargo, la pérdida sigue siendo pérdida, y mientras continuamos debatiendo la reestructuración de toda la denominación, nos enfrentamos a la dura realidad de que el cambio que se viene posiblemente implique aún más pérdida, no sólo de hojas caídas y de ramas astilladas, sino de recursos y de relaciones que valoramos mucho. Hay esperanza en el horizonte, pero aún nos queda mucho invierno por delante. ¿Hacia dónde miramos cuando el cielo parece demasiado gris y el invierno demasiado largo? La oración de Jesús por los discípulos en Juan 17 es la culminación de una serie de advertencias sobre lo que les espera. "Miren que viene la hora, y ya es la hora, en que ustedes serán dispersados", dice el Señor (16:32). Muy pronto, como Jesús ya les había dicho muchas veces, él sería llevado de regreso al Padre. Los discípulos perderían su conexión corporal con su Señor y Salvador, su comunión diaria con Jesús y entre ellos; en algunos casos, incluso perderían sus vidas. “Muchas cosas me quedan aún por decirles, que por ahora no podrían soportar", dice Jesús en 16:12. Se aproximan cosas duras, y Jesús lo sabe que son demasiado duras para poder soportarlas. En medio de estas inquietantes advertencias, Jesús dirige su mirada al cielo. Le pide a su Padre que proteja a sus amigos, y esa súplica está vinculada a una visión: “Padre santo, protégelos con el poder de tu nombre, el nombre que me diste, para que sean uno, lo mismo que nosotros" (17:11). Cuando el camino es largo, los discípulos son invitados a recordar que no están solos. Y no se trata sólo de recordar; la oración de Jesús ofrece una promesa: Dios les protegerá y les llevará hacia la unión con Dios mismo. Cuando nos sentimos dispersos y el peso de la pérdida parece demasiado grande para poder soportarla, recordamos que tenemos una conexión, a través de Cristo, con todas las personas que creen. Miramos a las parcerías, globales y ecuménicas, reconociendo nuestra necesidad de unidad para soportar el largo invierno. Al aprender y al apoyarnos en un espíritu de mutualidad, participamos de la promesa de Dios, que es mayor que nuestros propios esfuerzos: Dios nos acercará a su presencia. Seremos uno, por medio de Cristo. Soy relativamente nueva en el liderazgo del RCA (por sus siglas en inglés). Mi ordenación en 2020 coincidió con los primeros días de la pandemia del COVID-19, seguida poco después por las fragmentaciones en la denominación. Yo, como muchas personas, me sentí conmocionada, confundida y dispersa en espíritu. Luego, en el año 2022, asistí a mi primer Sínodo General de la RCA. Allí experimenté la realidad de que la pérdida que yo sentía, compartida por personas de toda la denominación, no era la historia completa. También había belleza y una diversidad de expresiones en la vida y en el culto que iban mucho más allá de mi experiencia en el oeste de Michigan. En medio del lamento, el espacio creado por las pérdidas que hemos sufrido estaba ofreciendo en realidad oportunidades para levantar las voces de las mujeres y de las personas de color, voces que no siempre han sido escuchadas. Aunque las pérdidas continuarán y serán difíciles de soportar, en realidad no estamos solos y solas. En medio del dolor, hay esperanza. Pregunta para la reflexión: ¿Qué estaciones invernales has experimentado en tu propia vida y en tu ministerio? Al igual que nuestro Señor elevó sus ojos al cielo, eleva tus preocupaciones en oración ante el trono de Dios. Recibe la seguridad de que en Cristo no estás solo, no estás sola. -Katlyn DeVries, Seminario Teológico Occidental Lire : Jean 16-17
Malgré les bottes d'hiver, mes orteils se recroquevillent, s'agglutinent alors que je traverse ce froid décembre. Je suis raide, mais je peux voir le solitaire rayon de soleil et les flocons de neige qui se réfractent. Dans le Michigan, les hivers peuvent sembler interminables. Assise ici, sous une couverture près de la cheminée, quelques semaines après Noël, je sais qu'il est temps de démonter le sapin et de ranger les ornements et la crèche, mais le fait que les températures froides et le temps neigeux vont persister pendant encore deux mois (au moins !) sans les lumières scintillantes me déprime. Les journées ensoleillées sont rares ici entre novembre et mars, et ces journées courtes et longues nuits avec un ciel nuageux jettent un voile morose sur tout, surtout une fois que l'excitation suscitée par les premières neiges s'est estompée et que la saison de Noël s'est achevée. Je ressens un sentiment de perte. Je porte, dans le froid de mes orteils, la sensation que le chemin à parcourir est long. J'ai récemment éprouvé des sentiments similaires à propos de l'état de mon église, l'Église réformée d'Amérique (RCA). Peu après mon ordination en 2020, de nombreux responsables de mon district dans l'ouest du Michigan ont formé un groupe qui s'est séparé, fracturant le district. Nous avons subi des pertes considérables puisque, en l'espace de deux ans, nous sommes passés de vingt-huit à cinq églises. Cette perte s'est reflétée dans notre dénomination, qui déplore la séparation d'environ un quart de ses églises, représentant près de la moitié du nombre total de ses membres. Malgré la perte, nous, qui sommes restés, avons gardé un sentiment d'espoir. C'était comme la chute des feuilles, lors des premières journées fraîches de l'automne ; nous savions que nous allions entrer dans une période difficile, mais le romantisme du changement et la promesse d'une nouvelle croissance après la perte nous ont séduits. Mais une perte reste une perte, et alors que nous continuons à discuter de la restructuration de l'ensemble de notre dénomination, nous sommes confrontés à la dure réalité que les changements à venir signifieront probablement encore plus de pertes, pas seulement des feuilles qui tombent et des branches qui se brisent, mais aussi des ressources et des relations qui nous sont très chères. Il y a de l'espoir, mais nous avons encore beaucoup d'hiver à venir. Où se tourner lorsque le ciel semble trop gris, l'hiver trop long ? La prière de Jésus pour les disciples dans Jean 17 est le point culminant d'une série d'avertissements sur ce que les disciples doivent encore endurer. "L'heure vient, et elle est déjà venue, où vous serez dispersés", déclare notre Seigneur (16:32). Très bientôt, comme Jésus le leur a déjà dit à plusieurs reprises, il sera ramené auprès du Père. Les disciples allaient perdre leur lien corporel avec leur Seigneur et Sauveur, leur communion quotidienne avec Jésus et entre eux ; dans certains cas, ils allaient même perdre la vie. "J'ai encore beaucoup de choses à vous dire, mais vous ne pouvez pas supporter de les entendre maintenant", dit Jésus en 16:12. Des choses difficiles s'annoncent, et Jésus sait qu'elles seront trop lourdes à porter. Au milieu de ces avertissements inquiétants, Jésus tourne son regard vers le ciel. Il demande à son Père de protéger ses amis, et cette demande est liée à une vision: « Père saint, protège-les en ton nom que tu m'as donné, afin qu'ils soient un comme nous sommes un » (17,11). Lorsque la route est longue, les disciples sont invités à se rappeler qu'ils ne sont pas seuls. Et il ne s'agit pas seulement de se souvenir; la prière de Jésus fournit une promesse: Dieu les protégera et les amènera à l'union avec Dieu lui-même. Lorsque nous nous sentons dispersés et que le poids de la perte semble trop lourd à porter, nous nous rappelons que nous sommes reliés, par le Christ, à tous ceux qui croient. Nous nous tournons vers des partenariats, mondiaux et œcuméniques, reconnaissant notre besoin de nous rassembler pour endurer le long hiver. En apprenant les uns des autres et en nous soutenant mutuellement, nous participons à la promesse de Dieu, qui est plus grande que nos propres efforts - Dieu nous rapprochera de sa présence. Nous serons un, à travers le Christ. Je suis relativement novice en matière de leadership au sein de l'Église réformée d'Amérique (RCA). Mon ordination en 2020 a coïncidé avec les premiers jours de la pandémie de COVID-19, suivie de peu par les fissures dans notre dénomination. Comme beaucoup, je me suis sentie choquée, confuse et dispersée dans mon esprit. Puis, en 2022, j'ai assisté à mon premier Synode général de la RCA. J'y ai découvert que la perte que j'avais ressentie, partagée par des personnes de toute la dénomination, ne correspondait pas entièrement à la réalité. Il y avait aussi une certaine beauté - et une diversité d'expression dans la vie et le culte qui allait bien au-delà de mon expérience dans l'ouest du Michigan. Au milieu des lamentations, l'espace créé par les pertes que nous avons subies a en fait permis d'élever les voix des femmes et des personnes de couleur, des voix qui n'avaient pas toujours été entendues. Bien que les pertes se poursuivent et restent difficiles à supporter, nous ne sommes vraiment pas seuls. Au milieu du chagrin, il y a de l'espoir. Question de réflexion : Quelles saisons hivernales avez-vous connues dans votre vie et votre ministère ? Comme notre Seigneur a tourné son regard vers le ciel, élevez vos préoccupations devant le trône de Dieu dans la prière. Recevez l'assurance qu'en Christ vous n'êtes pas seul. -Katlyn DeVries, Western Theological Seminary |
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February 2024
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