Lectura bíblica, Romanos 14:1-19
Todavía recuerdo mi primer "debate" teológico. Tenía ocho años y pasaba la noche en casa de un amigo de la iglesia. Era la primera vez que me quedaba a dormir y, luego de echar un vistazo a sus autos teledirigidos y de admirar su nueva escopeta de perdigones, comienzo a revisar su estantería. De repente, uno de los libros atrae mi atención. Es un libro sobre los dinosaurios en la Biblia. "¡Guau! pienso para mis adentros: "¡Buenísimo!". Y mientras mi amigo juega con sus piezas de lego, yo me tumbo en su cama y hojeo rápidamente las páginas. A medida que los minutos pasan, mi frenético paso por las páginas en la esperanza de descubrir algo se detiene. Por primera vez en mi vida, creo no estar de acuerdo con un autor. Sí, el "behemoth" y el "leviatán" de Job 40 y 41 suenan increíbles, pero no estoy seguro de que sean realmente dinosaurios. "No estoy seguro sobre este libro", le digo. "No tengo certeza de que la Biblia realmente hable de dinosaurios". "Pues yo creo que sí", responde mi amigo. Y en ese momento, todas mis ideas infantiles de que todas las personas cristianas creen lo mismo se hicieron añicos para siempre. Me quedé boquiabierto. Éramos amigos. Los dos sacábamos buenas notas. Íbamos a la misma iglesia. Leíamos la misma Biblia. ¿Cómo podíamos estar en desacuerdo? ¿Y qué hacemos ahora? He descubierto que esta última pregunta -¿y qué hacemos ahora? - es absolutamente esencial en mi vida pastoral y como persona cristiana. Si no estamos de acuerdo, ¿qué hacemos? ¿Nos separamos, seguimos caminos diferentes y evitamos la incómoda realidad de no estar de acuerdo? ¿Cedemos, renunciando a nuestras propias convicciones buscando mantener la apariencia de un acuerdo? ¿Nos atrincheramos, exigiendo a la otra persona que se someta a nuestra interpretación de la verdad? ¿Qué hacemos ahora? En Romanos 14, Pablo se dirige a un grupo de personas creyentes que están divididas respecto de asuntos como la conveniencia de comer ciertos alimentos y la importancia de considerar sagrados ciertos días. Aunque esos temas puedan sonar poco fundamentales para nosotros y nosotras en estos tiempos, en el fondo plantean la pregunta que con frecuencia sigue habitando nuestras almas: "¿Cómo puedo vivir una vida que agrade a Dios?". Y, al igual que hacemos a veces hoy en día, las personas creyentes en Roma tenían sus respuestas contradictorias. Pablo se adentra en su discusión, pero en lugar de ofrecer una solución definitiva, les ofrece algunos principios clave para seguir amándose mutuamente en medio del desacuerdo. El primero principio es no condenarse mutuamente. “El que come de todo no debe menospreciar al que no come ciertas cosas, y el que no come de todo no debe condenar al que lo hace, pues Dios lo ha aceptado. ¿Quién eres tú para juzgar al siervo de otro?" (Romanos 14:3-4). Podemos entender las cosas de manera diferente, pero Dios no nos ha dado el deber de condenarnos mutuamente sino de amarnos, aun en medio del desacuerdo. El segundo consejo es abstenerse de crear conflictos innecesariamente. "Por tanto, dejemos de juzgarnos unos a otros. Si tu hermano se angustia por causa de lo que comes, ya no te comportas con amor. No destruyas, por causa de la comida, al hermano por quien Cristo murió” (Romanos 14:13, 15). El ejercicio de mi libertad en Cristo, ¿está perjudicando activamente a mi hermano o a mi hermana, empujándole a actuar en contra de su conciencia? Si es así, independientemente de mis intenciones, puedo estar haciéndoles daño inadvertidamente. Pero para que no creamos que la posibilidad de conflicto excluye la discusión honesta sobre las áreas de desacuerdo, Pablo ofrece un tercer consejo. "En una palabra, no den lugar a que se hable mal del bien que ustedes practican, porque el reino de Dios no es cuestión de comidas o bebidas, sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo. El que de esta manera sirve a Cristo agrada a Dios y es aprobado por sus semejantes. Por lo tanto, esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación" (Romanos 14:16-19). Dios nos ha dado el deber de compartir con nuestros hermanos y nuestras hermanas lo que sabemos que es bueno, las cosas que llevan a la justicia, a la paz y a la alegría en el Espíritu Santo, todo aquello que conduce a una mutua edificación de nuestra fe en Aquel que nos ama y que nos une, a pesar de nuestras diferentes comprensiones. Volvamos a los dinosaurios. A pesar de mis débiles protestas de ocho años ("¡Pero los dinosaurios no podrían haber convivido con la gente, se los habrían comido!"), mi amigo no cambió de opinión. Aun así, siguió siendo mi amigo. Seguimos yendo a la iglesia juntos, seguimos orando juntos y nos hemos sostenido y cuidado mutuamente a lo largo de los años. No creo que el tema de los dinosaurios haya vuelto a surgir, pero me gustaría que sucediera. Poder compartir por qué cada una de nuestras respectivas interpretaciones de las Escrituras nos trajo la paz, poder hacernos preguntas mutuamente sin miedo al rechazo o a la humillación, poder reírnos de nuestras propias debilidades y aplicar nuestras fortalezas humildemente y con gratitud, este es el tipo de debate teológico en cual espero poder participar. Con o sin dinosaurios. Jeff Lampen sirve actualmente como copastor (junto con su esposa, Chelsea) en la Iglesia Reformada de Fairview, en Fairview, Illinois. Acompañados por sus tres hijos, Jeff y Chelsea desempeñarán funciones pastorales y de apoyo al personal en la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas en Hannover, Alemania, a partir del próximo año.
0 Comments
Leave a Reply. |
AuthorsMembers from CANAAC contribute to these monthly reflections. Archives
October 2024
Categories |