“No ruego solo por estos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí.” —Juan 17:20-23
Como denominación unida y en unificación surgida del movimiento de unidad cristiana en Estados Unidos en los inicios y mediados del siglo XX, con sólidas raíces reformadas, la Iglesia Unida de Cristo en los Estados Unidos de NA nació en torno al ideal de «que todos y todas vivan en unidad». Desde sus orígenes, la UCC encarnó este ideal de unidad cristiana, congregando a cinco corrientes cristianas diferentes en unidad como Iglesia Unida de Cristo. Pero más que eso, estas diversas y variadas corrientes demuestran un sentido de diversidad en la unidad hasta el día de hoy. Las Iglesias Congregacional, Cristiana, Evangélica, Reformada y Afrocristiana que formaron la UCC en 1957 representaban a diversas poblaciones y diversas perspectivas dentro de la corriente protestante mayoritaria, pero siguieron un llamado a la unidad, reuniendo la belleza de su diversidad en una Iglesia Unida. Hoy en día, el llamado a la unidad en el Cuerpo de Cristo sigue siendo un ideal fundamental de la Iglesia Unida de Cristo en los Estados Unidos de NA, ya que procuramos estar a la altura del llamado de Jesús y la misión implícita en nuestra fundación...
Además de este compromiso absoluto en búsqueda de la unidad de todas las personas cristianas, la Iglesia Unida de Cristo ha mantenido una voz distintiva y valiente en la búsqueda de justicia para todo el pueblo de Dios. En ocasiones, este compromiso con el testimonio profético y público ha significado un desafío, pues sabemos bien que decir la verdad al poder suele generar resistencia. Además, en una época en la que algunas personas preferirían que las iglesias permanecieran en silencio en el ámbito público, la audacia de la UCC se ha enfrentado con frecuencia a profundas críticas tanto dentro como fuera de la denominación. No obstante, el compromiso con el testimonio profético permanece imperturbable, ya que la Iglesia Unida de Cristo sigue enfocada en alcanzar un «Mundo justo para todos y todas».
No siempre es fácil equilibrar estos dos ideales que guían a la Iglesia Unida de Cristo. Sin embargo, el seguimiento de Cristo rara vez significa andar por el camino fácil. Por el contrario, siguiendo el ejemplo de Cristo, recibimos el llamado a ser voz de las personas oprimidas y marginadas, y a asegurarnos de que todas las personas tengan espacio para hablar por sí mismas. Además, es un llamado a dedicarnos a permanecer en relación con todo el pueblo de Dios, motivados y motivadas por el amor de Dios que todas las personas hemos recibido. La búsqueda de la unidad y la búsqueda de la justicia siempre han ido de la mano. No se trata de la una o de la otra, sino de ambas al mismo tiempo. En un tiempo como el presente
... se nos llama a abrazar ambos aspectos de nuestra identidad como Iglesia Unida de Cristo. Proclamar la verdad, tal como la entendemos, en tanto pedimos justicia para todas las personas, comprometiéndonos con quienes tienen perspectivas diferentes por el bien de todos y todas. Porque de este modo, vivimos más auténticamente el llamado de Cristo a amar como Él nos amó primero, y a vivir completamente en unidad en la búsqueda de la bondad de Dios para todo el pueblo de Dios. —Mark Pettis Ministro de Relaciones Ecuménicas e Internacionales Iglesia Unida de Cristo
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« Je ne prie pas pour eux seulement, mais encore pour ceux qui croiront en moi à travers leur parole, afin que tous soient un comme toi, Père, tu es en moi et comme je suis en toi, afin qu'eux aussi soient [un] en nous pour que le monde croie que tu m'as envoyé. Je leur ai donné la gloire que tu m'as donnée afin qu'ils soient un comme nous sommes un ( moi en eux et toi en moi (, afin qu'ils soient parfaitement un et qu’ainsi le monde reconnaisse que tu m'as envoyé et que tu les as aimés comme tu m'as aimé.. » —Jean 17:20-23 (traduction Segond 21)
En tant que dénomination unie et en cours d'unification, née du mouvement d'unité chrétienne aux États-Unis au début et au milieu du 20e siècle, avec de profondes racines réformées, l'Église Unie du Christ (UCC) aux États-Unis a été fondée autour de l'idéal « qu'ils soient tous un ». Dès le début, l'UCC a incarné cet idéal d'unité chrétienne, en réunissant cinq courants chrétiens différents au sein de l'Église Unie du Christ, mais plus encore, ces courants divers et variés démontrent un sens de la diversité dans l'unité jusqu'à aujourd'hui. Les Églises congrégationalistes, chrétiennes, évangéliques, réformées et afro-chrétiennes qui ont constitué l'UCC en 1957 représentaient des populations et des perspectives diverses au sein du courant protestant dominant, mais elles ont suivi un appel à l'unité, apportant la beauté de leur diversité dans une seule Église unie.
Parallèlement à cet engagement absolu en faveur de l'unité des chrétiens, l'Église Unie du Christ a gardé une voix distincte et courageuse en faveur de la justice pour l'ensemble du peuple de Dieu. Cet engagement en faveur d'un témoignage prophétique et public s'est parfois avéré difficile, car nous savons bien que dire la vérité au pouvoir se heurte souvent à des résistances. En outre, à une époque où certains préféreraient que les Églises restent silencieuses dans l'arène publique, l'audace de l'UCC a souvent fait l'objet de critiques importantes, tant à l'intérieur qu'à l'extérieur de la dénomination. Pourtant, l'engagement en faveur du témoignage prophétique ne se dément pas, l'Église Unie du Christ restant attachée à l'avènement d'un « monde juste pour tous ».
Il n'est pas toujours facile de concilier ces deux idéaux directeurs de l'Église Unie du Christ. Pourtant, être disciples du Christ signifie rarement emprunter la voie de la facilité. Au contraire, en suivant l'exemple du Christ, nous sommes appelés à prendre la défense de ceux qui sont opprimés et marginalisés, et à veiller à ce que tous aient un espace pour s'exprimer. En outre, il s'agit d'un appel à rester en relation avec tout le peuple de Dieu, motivés par l'amour de Dieu que nous avons tous reçu. La recherche de l'unité et la poursuite de la justice vont toujours ensemble, elles ne sont jamais l'une ou l'autre. Dans une époque comme la nôtre...
-Mark Pettis Responsable des relations œcuméniques et interreligieuses Église Unie du Christ "Que sean uno" (Juan 17:22), Ut omnes unum sint son las palabras que tenemos en nuestro escudo denominacional en latín y en kanien'kéha (también conocida como lengua mohawk). Bajo la inspiración del espíritu ecuménico global de principios del siglo XX, en 1925 nuestras denominaciones fundadoras, con sus diversas formas de ser y de desarrollar sus ministerios en el mundo, decidieron encontrarse en la unidad.
En junio de este año, la Iglesia Unida de Canadá inicia el año de su centenario -pasaremos un año, hasta el 10 de junio de 2025, conmemorando nuestra historia, nuestro legado, nuestras alegrías y nuestros fracasos como pueblo de Dios que se ha reunido para que "así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí." (Juan 17:23). Sabemos, a veces por amarga experiencia, que la "unidad" no implica "igualdad". Nuestras vidas, nuestras identidades, nuestras comunidades y nuestros contextos, nuestros ministerios son un maravilloso caleidoscopio que abarca un amplio espectro de clase, raza y etnia, género y orientación sexual, educación y creencias políticas. Siendo personas falibles y humanas, a veces las conversaciones y los conflictos que surgen de esa comunión diversa del pueblo que Dios ama producen dolor y división, incluso en medio de nuestra unidad. Esta es, en parte, la razón por la que hace casi 20 años decidimos ser una iglesia intencionadamente intercultural. En lugar de reconocer simplemente nuestra unidad en la diversidad, en la cual mayoría de la gente puede decir "ven, hazte como nosotros y nosotras", tenemos que caminar lado a lado con una apertura a la transformación. Que podamos asumir la disposición a dejarnos transformar por la presencia de quienes tienen identidades y compromisos diferentes a los nuestros. El futuro como iglesia: re-imaginar el porvenir Al igual que muchas denominaciones del norte global, la Iglesia Unida de Canadá está transitando un cambio demográfico. El aumento masivo de miembros procedente de una generación joven, próspera y sana de las post guerra de mediados de siglo (los "baby boomers") quizás frenó la tendencia que llevara a nuestras denominaciones fundadoras a considerar la unión en primer lugar. Estamos volviendo a un contexto más parecido al de hace un siglo, en el que nuestros edificios están envejeciendo y tienen una menor asistencia, a la vez que tenemos menas personas adultas jóvenes, menos niñez y menos juventud participando en el culto dominical. Durante mi mandato como Moderadora, quise involucrar a la iglesia en diálogos sobre lo que significaba para el mundo florecer, florecer en Canadá, y lo que significaba florecer en la Iglesia Unida. Estas conversaciones nos han impulsado a desarrollar o reentrenar nuestros "músculos de la imaginación". A veces esto se traduce en plantar iglesias, a veces en dejar ir lo que ha sido para dejar espacio a lo nuevo. A veces significa dar la bienvenida a nuevas comunidades migrantes para que se unan a la familia de la Iglesia Unida. La futurista y diseñadora de juegos Dra. Jane McGonigal escribe en su libro Imaginable que necesitamos pasar más tiempo imaginando el futuro. Tenemos que imaginar los futuros que queremos que sucedan y tenemos que imaginar los futuros que no deseamos que sucedan. Cuando dedicamos tiempo a imaginar nuestros mejores y peores escenarios, podemos desarrollar un sentido de anticipación sobre el futuro. La pregunta que plantea a sus lectores y lectoras es: "¿Qué acciones puedo emprender hoy, de las que pueda sentir orgullo, que contribuyan al futuro que quiero ver? ¿Y cuáles son las acciones que puedo emprender hoy, de las que puedo sentir orgullo, que ayudarán a prevenir el futuro que no quiero que ocurra?" Me gusta esta idea de prepararse tanto para lo mejor como para lo peor. A veces, sin imaginar las cosas difíciles que pueden ocurrir, nos toman desprevenidos y desprevenidas cuando las situaciones adversas se tornan en obstáculos para nuestras metas. El futuro que no quiero ver es uno en el que hayamos alterado tanto el clima que la vida humana se vuelva hostil y enormes porciones de la Tierra se vuelvan inhabitables. En el que las personas más ricas del mundo sigan amasando fortunas a costa de todas las demás y del planeta. Para mí, imagino una iglesia que incide para que nuestro gobierno se tome en serio sus compromisos climáticos y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. Imagino una iglesia que valora la equidad y la justicia para las personas marginadas por la sociedad. Imagino una iglesia profundamente espiritual, que capacite para un discipulado valiente; personas discipuladas dispuestas a compartir su experiencia y su fe, pero sin hacer proselitismo. Y que cumplimos plenamente nuestro compromiso de ser interculturales y antirracistas. Que cuando alguna persona nueva entre en la iglesia, le digamos "nuestro ministerio fue diseñado para darte la bienvenida, tal como eres". Ese es un mensaje diferente a "aquí eres bienvenido/a", que a veces puede significar "queremos que seas como nosotros, como nosotras". Imagino barrios con iglesias que trabajan por un mundo en el que se celebre el valor de cada persona y donde todas las personas puedan florecer. Que así sea. Reverendísima Dra. Carmen Lansdowne 44ª Moderadora, Iglesia Unida de Canadá « Afin qu'ils soient un » (Jean 17:22), Ut omnes unum sint sont les mots qui figurent sur notre écusson confessionnel en latin et en kanien'kéha (également connu sous le nom de langue mohawk). Inspirées par l'esprit œcuménique mondial du début du XXe siècle, nos Églises fondatrices, avec leurs diverses façons d'être et d'agir dans le monde, se sont réunies en 1925.
En juin de cette année, l'Église Unie du Canada entame son centenaire - nous passerons une année, jusqu'au 10 juin 2025, à commémorer notre histoire, notre héritage, nos joies et nos échecs en tant que peuple de Dieu qui s'est rassemblé « afin qu'ils soient parfaitement un et qu’ainsi le monde reconnaisse que tu m'as envoyé et que tu les as aimés comme tu m'as aimé.» (Jean 17:23). Nous savons, parfois par une expérience amère, qu' « unité » ne signifie pas « similitude ». Nos vies, nos identités, nos communautés et nos contextes, nos ministères sont un merveilleux kaléidoscope à travers un large éventail de classes, de races et d'ethnies, de genres et d'orientations sexuelles, d'éducation et de convictions politiques. Parce que nous sommes faillibles et humains, il arrive que les débats et les conflits qui découlent de cette communion diverse des personnes que Dieu aime causent des blessures et des divisions, même au sein de notre unité. C'est en partie pour cette raison que nous avons décidé, il y a près de 20 ans, de devenir une Église délibérément interculturelle. Plutôt que de simplement reconnaître notre unité dans la diversité, où la plupart des gens peuvent dire « venez, soyez comme nous », nous devons marcher les uns à côté des autres en étant ouverts à la transformation. Nous devons être prêts à être transformés par la présence de ceux qui ont des identités et des engagements différents des nôtres. L'avenir en tant qu'église – ré-imaginer ce qui va venir Comme de nombreuses Églises de l'hémisphère nord, l'Église Unie du Canada connaît un changement démographique. L'augmentation massive du nombre de membres provenant d'une génération jeune, prospère et en bonne santé au milieu du siècle d'après-guerre (les « baby-boomers ») a peut-être ralenti la tendance qui a poussé nos Eglises d'origine à envisager l'union en premier lieu. Nous revenons à un contexte plus proche de celui d'il y a un siècle, où nos bâtiments vieillissent et accueillent moins de fidèles, et où moins de jeunes adultes, d'enfants et de jeunes participent au culte du dimanche. Au cours de mon terme en tant que modérateur, j'ai voulu engager l'Église dans des réflexions sur ce que signifiait l'épanouissement du monde, l'épanouissement du Canada et l'épanouissement de l'Église Unie. Ces conversations ont nécessité le développement ou le réentraînement de nos « muscles d'imagination ». Parfois, cela se traduit par l'implantation d'églises, parfois par l'abandon de ce qui a été pour faire place à la nouveauté. Parfois, il s'agit d'accueillir de nouvelles communautés de migrants dans la famille de l'Église unie. Jane McGonigal, futurologue et créatrice de jeux, écrit dans son livre qu'il est imaginable que nous devions passer plus de temps à imaginer l'avenir. Nous devons imaginer les avenirs que nous voulons voir se réaliser, et nous devons imaginer les avenirs que nous ne voulons pas voir se réaliser. Lorsque nous passons du temps à imaginer nos meilleurs et nos pires scénarios, nous pouvons développer un sentiment de capacité d'action face à l'avenir. Les questions qu'elle pose à ses lecteurs sont les suivantes : « Quelles sont les actions que je peux entreprendre aujourd'hui, dont je peux être fière, qui contribueront à l'avenir que je souhaite voir se réaliser ? Et quelles sont les actions que je peux entreprendre aujourd'hui, dont je peux être fière, qui contribueront à empêcher l'avenir que je ne veux pas voir se produire ? » J'aime l'idée de se préparer au meilleur comme au pire. Parfois, sans imaginer les choses difficiles qui pourraient arriver, nous sommes pris au dépourvu lorsque des situations défavorables deviennent des obstacles à nos objectifs. L'avenir que je ne veux pas voir est celui où nous aurons tant modifié le climat que la vie humaine sera devenue difficile et que d'immenses parties de la terre seront inhabitables. Un avenir où les plus riches du monde continuent à amasser des fortunes aux dépens de tous les autres et de la planète. Pour moi, j'imagine une Église qui plaide pour que notre gouvernement prenne au sérieux ses engagements en ce qui concerne le climat et les objectifs de développement durable des Nations unies. J'imagine une Église qui respecte l'équité et la justice pour les personnes marginalisées par la société. J'imagine une Église profondément spirituelle qui forme des disciples audacieux, des disciples qui sont prêts à partager leur expérience et leur foi, mais sans faire de prosélytisme. Et que nous vivions pleinement nos engagements à devenir interculturels et antiracistes. Lorsque quelqu'un de nouveau entre dans l'église, nous lui disons que notre ministère a été conçu pour l'accueillir tel qu'il est. C'est un message différent de « Vous êtes les bienvenus ici », qui peut parfois signifier « Nous voulons que vous soyez comme nous ». J'imagine des lieux où les églises travaillent à l'avènement d'un monde où la valeur de chaque personne est célébrée et où tout le monde s'épanouit. Qu'il en soit ainsi. La pasteure Carmen Lansdowne, Ph.D. 44e modératrice, Église unie du Canada “That they may be one” (John 17:22), Ut omnes unum sint are the words on our denominational crest in Latin and Kanien'kéha (also known as the Mohawk language). Inspired by the global ecumenical spirit in the early 20th century, in 1925 our founding denominations, with their diverse ways of being and ministering in the world, came together in unity.
In June of this year, The United Church of Canada kicks off its centennial year – we will spend one year until June 10, 2025, commemorating our history, our legacy, our joys, and our failings as people of God who have gathered together so that “then the world will know that you sent me and have loved them even as you have loved me” (John 17:23). We know, sometimes through bitter experience, that ‘unity’ does not mean ‘sameness.’ Our lives, our identities, our communities and contexts, our ministries are a wonderful kaleidoscope across a spectrum of class, race & ethnicity, gender & sexual orientation, education, and political belief. Because we are fallible and human, sometimes the conversations and conflicts that come from that diverse communion of the people that God loves cause hurt and division, even in the midst of our unity. This, in part, is why we decided nearly 20 years ago to be an intentionally intercultural church. Rather than simply recognizing our unity in diversity, where most people can say “come, be like us,” we have to walk alongside each other with an openness to transformation. That we be willing to be transformed by the presence of those who have different identities and commitments than ourselves. The future as church – reimagining what’s next Like many denominations in the global north, The United Church of Canada is experiencing a demographic shift. The massive swell in membership that came from a young, thriving, healthy generation in the post-war mid-century (the “baby boomers”) perhaps slowed the trend that caused our founding denominations to consider union in the first place. We are returning to a context more similar to a century ago, where our buildings are aging with fewer attendees, and we have fewer young adults and children and youth engaged in Sunday worship. During my term as Moderator, I wanted to engage the church in conversations about what it meant for the world to flourish, to flourish in Canada, and what it meant to flourish in The United Church. These conversations have meant developing or retraining our “muscles of imagination.” Sometimes that looks like church planting, sometimes it’s letting go of what has been to make space for the new. Sometimes it means welcoming new migrant communities to join The United Church family. Futurist and Game Designer Dr. Jane McGonigal writes in her book Imaginable that we need to spend more time imagining the future. We need to imagine the futures we want to see happen, and we need to imagine the futures we don’t want to see happen. When we spend time imagining our best and worst case scenarios, we can develop a sense of agency about the future. The questions she asks her readers to reflect on is: “What are the actions I can take today, that I can be proud of, that will contribute to the future I want to see? And what are the actions I can take today, that I can be proud of, that will help prevent the future I don’t want to see happen?” I like this idea of preparing for both the best and the worst. Sometimes without imagining the hard things that might happen, we get caught off guard when adverse situations become obstacles to our goals. The future I don’t want to see is one where we have so altered the climate that human life becomes harsh and huge portions of the earth become uninhabitable. Where the world’s wealthiest continue to amass fortunes at the expense of everyone else and the planet. For me, I imagine a church that advocates for our government to take seriously its climate commitments and the UN Sustainable Development Goals. I imagine a church that values equity and justice for those made marginal by society. I imagine a deeply spiritual church forming bold disciples; disciples who are willing to share their experience and faith but without proselytizing. And that we fully live into our commitments to become intercultural and anti-racist. That when someone new walks into church, we say “our ministry was designed to welcome you, just as you are.” That is a different message than “You are welcome here” which can sometimes mean “we want you to be like us.” I imagine neighbourhoods with churches who are working towards a world where the worth of every person is celebrated and all people thrive. May it be so. —The Right Rev. Dr. Carmen Lansdowne 44th Moderator, The United Church of Canada Il y a vingt-quatre ans, ma femme et moi étions de jeunes futurs pasteurs qui se sentaient appelés à exercer un ministère missionnaire, mais qui ne savaient pas très bien où ni ce que cela signifiait. Nous savions que partager notre foi en Jésus-Christ faisait partie de l'appel, mais comme mon caractère était introverti à l'époque, je trouvais cette perspective assez intimidante. Lors de mes premières tâches missionnaires, j'ai appris de deux tuteurs portoricains à avoir confiance en ce que Dieu faisait en moi et à me sentir à l'aise lorsque je racontais mon histoire personnelle de foi.
La plupart des membres de l'Église Chrétienne Réformée d'Amérique du Nord sont comme moi. En tant que groupe, les membres de la CRCNA ont tendance à être assez bien au courant des doctrines grâce à la catéchèse et à l'éducation chrétienne, mais ils ont du mal à faire part de leur espérance personnelle en Jésus-Christ. Chaque année, l'équipe de communication de CRCNA réalise un sondage auprès d'une partie de nos paroisses. Chaque paroisse encourage ses membres à répondre à cette enquête. Lorsque les résultats sont compilés, une tendance prévisible se dégage chaque année. Seul un tiers des personnes interrogées affirment "certainement" ou "principalement" parler régulièrement de leur vie spirituelle avec d'autres personnes. Cette question est l'une des moins bien notées chaque année. C'est aussi probablement l'une des raisons pour lesquelles nos statistiques indiquent que les baptêmes d'adultes et les professions de foi reçues par le biais de l'évangélisation sont assez rares dans beaucoup de nos églises. (Note : En tant que pédobaptistes, nous comptons les nouveaux croyants en fonction du nombre de baptêmes d'adultes). Au sein de l'Église Chrétienne Réformée, nous avons découvert que nous avons beaucoup à apprendre de nos frères et sœurs du Tiers-Monde lorsqu'il s'agit d'évangélisation. En fait, dans notre église la majeure partie de la croissance liée à l'évangélisation se produit dans les communautés d'immigrés. Plus remarquable encore, ces églises, qui tendent à avoir le moins de ressources, sont les plus actives dans l'implantation de nouvelles paroisses. Il semble que, parmi les communautés immigrées de la CRCNA, Dieu nourrit une soif d'évangélisation et de croissance ecclésiale qui pourrait transformer notre dénomination. Mais comment établir ce lien ? L'un des plus grands défis missionnaires auxquels moi-même et d'autres dirigeants de dénominations nord-américaines sommes confrontés est de savoir comment relier nos paroisses traditionnelles, majoritairement d'origine européenne et leurs dirigeants à leurs collègues du Sud. Nous avons tant d'occasions d'apprendre les uns des autres et de voir le Saint-Esprit transformer des vies au sein de nos communautés. Pourtant, malgré tous les efforts des dirigeants confessionnels, ces groupes se ne se rejoignent pas toujours. En même temps, nous savons que lorsque ces groupes se rencontrent et que les relations prospèrent, la mission, la vision et les pratiques spirituelles des paroisses et des dirigeants s'épanouissent. J'ai hâte de rencontrer d'autres dirigeants de CANAAC et d'apprendre comment ils s'appuient sur les églises et les dirigeants du Sud pour que leurs dénominations soient bénies par l'évangélisation et l'implantation d'églises. Zachary King Zachary King est pasteur de l'Église Chrétienne Réformée d'Amérique du Nord, dont il est le secrétaire général. De 2017 à 2022, il fut directeur de Resonate Global Mission, l'agence missionnaire de l'Église Chrétienne Réformée d'Amérique du Nord (CRCNA). Auparavant, il a été missionnaire pour Resonate à Haïti et au Nigéria, et pasteur à Allendale, dans le Michigan. Zachary est marié à Sharon, qui a également travaillé à ses côtés en tant que missionnaire et qui est aujourd'hui aumônier d'un hospice. Zach et Sharon ont quatre enfants adolescents et vivent à Kentwood, dans le Michigan. Veinticuatro años atrás, mi esposa y yo éramos jóvenes aspirantes al pastorado que sentíamos una vocación al ministerio misionero, pero no teníamos claro dónde o qué significaba eso. Sabíamos que compartir nuestra esperanza en Jesucristo era parte del llamado, pero como a esa edad yo era bastante introvertido, la perspectiva me intimidaba bastante. En mis primeros destinos como misionero, aprendí de dos mentores puertorriqueños a tener confianza en lo que Dios estaba obrando en mí y a sentirme confortable al compartir mi historia personal de fe.
La mayoría de la membresía de la Iglesia Cristiana Reformada de Norteamérica es como yo. Como grupo, la membresía de la CRCNA (siglas en inglés de la denominación) tiende a ser bastante conocedora de las doctrinas gracias al catecismo y a la educación cristiana, aunque le resulta difícil compartir su esperanza personal en Jesucristo. Cada año, nuestro Equipo de Comunicaciones de la CRCNA envía una encuesta a un grupo de personas de nuestras congregaciones. Cada congregación anima a su membresía a completar la encuesta. Cuando se contabilizan los resultados, cada año aparece una tendencia predecible. Sólo un tercio de las personas encuestadas afirma "definitivamente" o "casi siempre" hablar con regularidad con otras personas sobre su vida espiritual. Esta pregunta es una de las peor valoradas cada año. También es probable que sea una de las razones por las que nuestras estadísticas de afiliación señalan que los bautismos de personas adultas y las profesiones que resultan de estrategias de evangelización son bastante escasos en muchas de nuestras iglesias. (Nota: Como paidobautistas, registramos a nuevas personas creyentes a través del número de bautismos de personas adultas). En la Iglesia Cristiana Reformada, hemos descubierto que tenemos mucho que aprender de nuestros hermanos y hermanas del Sur Global en relación a la evangelización. De hecho, la gran mayoría del crecimiento por evangelización en nuestra denominación se está produciendo en iglesias de personas inmigrantes. Y lo que es aún más sorprendente, estas iglesias, que suelen tener menos recursos, son las más prolíficas en la plantación de nuevas congregaciones. Parece que, entre las congregaciones de personas inmigrantes en la CRCNA, Dios está alimentando una sed de evangelización y de crecimiento eclesial que podría transformar nuestra denominación. Pero ¿cómo establecer esta conexión? Uno de los más grandes desafíos misioneros a los que nos enfrentamos varias personas en el liderazgo denominacional en Los Estados Unidos de Norteamérica es cómo conectar a nuestras congregaciones y al liderazgo histórico, en su mayoría caucásico, con sus colegas del Sur Global. Tenemos muchas oportunidades de aprender mutuamente y de dar testimonio de la acción del Espíritu Santo transformando vidas en nuestras congregaciones. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos del liderazgo denominacional, estos grupos a menudo no se encuentran. Al mismo tiempo, sabemos que cuando ambos grupos se conectan, y cuando las relaciones florecen, la misión, la visión y las prácticas espirituales de las congregaciones y del liderazgo también florecen. Estoy deseando ponerme en contacto con otros líderes de la CANAAC para aprender cómo aprovechan a las iglesias y al liderazgo del Sur Global para bendecir a nuestras denominaciones a partir de la evangelización y de la plantación de iglesias. Zachary King Zachary King es pastor en la Iglesia Cristiana Reformada de Norteamérica, sirviendo como su Secretario General. De 2017 a 2022 se desempeñó como Director de Resonate Global Mission, la agencia de misión de la CRCNA. Antes de eso, trabajó como misionero con Resonate en Haití y en Nigeria, y como pastor en Allendale, Michigan. Zachary está casado con Sharon, que también trabajó junto a él como misionera y que se desempeña actualmente como capellana en un hospicio. Zach y Sharon tienen cuatro hijos adolescentes y viven en Kentwood, Michigan. Twenty-four years ago, my wife and I were aspiring young pastor candidates who felt a call to mission ministry, but were not clear about where or what that meant. We knew that sharing our hope in Jesus Christ was part of the call, but since I had introverted tendencies at that age, I found the prospect quite intimidating. In my first mission postings, I learned from two Puerto Rican mentors about being confident in what God was doing in me, and comfortable sharing my personal faith story.
Most members of the Christian Reformed Church in North America are like me. As a group, CRCNA members tend to be fairly knowledgeable about doctrines through catechesis and Christian education, but they find it difficult to share their personal hope in Jesus Christ. Every year our CRCNA Communications Team sends a survey out to a cohort of our congregations. Each congregation encourages members to complete the survey. When the results are tallied, a predictable trendline emerges every year. Only a third of respondents “definitely” or “mostly” claim to speak regularly with others about their spiritual lives. This question is one of the lowest rated every year. It is also likely one of the reasons why our membership statistics indicate that adult baptisms and professions of faith received through evangelism are quite rare in many of our churches. (Note: As paedobaptists, we record new believers through numbers of adult baptisms.) In the Christian Reformed Church, we have been discovering that we have a lot to learn from our brothers and sisters in the Global South when it comes to evangelism. In fact, the vast majority of evangelism growth in our denomination is happening in immigrant churches. Even more remarkably, these churches, which tend to have the fewest resources, are the most prolific in planting new congregations. It seems that, amongst the immigrant congregations of the CRCNA, God is nurturing a thirst for evangelism and church growth that could transform our denomination. But how do we make this connection? One of the biggest missional challenges that I, and other leaders of North American denominations, face is how to connect our historic, mostly Caucasian congregations and leaders with their colleagues from the Global South. There is so much opportunity for us to learn from each other, and to witness the Holy Spirit at work transforming lives within our congregations. Yet, despite the best efforts of denominational leaders, these groups often miss each other. At the same time, we know that when these groups do connect, and when relationships flourish, the mission, vision, and spiritual practices of congregations and leaders bloom. I look forward to connecting to other CANAAC leaders and learning about how they leverage churches and leaders from the Global South to bless their denominations through evangelism and church planting. Zachary King Zachary King is a pastor in the Christian Reformed Church in North America and serves as its General Secretary. From 2017 to 2022 he served as the Director of Resonate Global Mission, the mission agency of the CRCNA. Before that, he served as a missionary with Resonate in Haiti and Nigeria, and as a pastor in Allendale, Michigan. Zachary is married to Sharon, who also worked alongside him as a missionary, and who now serves as a hospice chaplain. Zach and Sharon have four teenage children and live in Kentwood, Michigan. Lectura bíblica, Romanos 14:1-19
Todavía recuerdo mi primer "debate" teológico. Tenía ocho años y pasaba la noche en casa de un amigo de la iglesia. Era la primera vez que me quedaba a dormir y, luego de echar un vistazo a sus autos teledirigidos y de admirar su nueva escopeta de perdigones, comienzo a revisar su estantería. De repente, uno de los libros atrae mi atención. Es un libro sobre los dinosaurios en la Biblia. "¡Guau! pienso para mis adentros: "¡Buenísimo!". Y mientras mi amigo juega con sus piezas de lego, yo me tumbo en su cama y hojeo rápidamente las páginas. A medida que los minutos pasan, mi frenético paso por las páginas en la esperanza de descubrir algo se detiene. Por primera vez en mi vida, creo no estar de acuerdo con un autor. Sí, el "behemoth" y el "leviatán" de Job 40 y 41 suenan increíbles, pero no estoy seguro de que sean realmente dinosaurios. "No estoy seguro sobre este libro", le digo. "No tengo certeza de que la Biblia realmente hable de dinosaurios". "Pues yo creo que sí", responde mi amigo. Y en ese momento, todas mis ideas infantiles de que todas las personas cristianas creen lo mismo se hicieron añicos para siempre. Me quedé boquiabierto. Éramos amigos. Los dos sacábamos buenas notas. Íbamos a la misma iglesia. Leíamos la misma Biblia. ¿Cómo podíamos estar en desacuerdo? ¿Y qué hacemos ahora? He descubierto que esta última pregunta -¿y qué hacemos ahora? - es absolutamente esencial en mi vida pastoral y como persona cristiana. Si no estamos de acuerdo, ¿qué hacemos? ¿Nos separamos, seguimos caminos diferentes y evitamos la incómoda realidad de no estar de acuerdo? ¿Cedemos, renunciando a nuestras propias convicciones buscando mantener la apariencia de un acuerdo? ¿Nos atrincheramos, exigiendo a la otra persona que se someta a nuestra interpretación de la verdad? ¿Qué hacemos ahora? En Romanos 14, Pablo se dirige a un grupo de personas creyentes que están divididas respecto de asuntos como la conveniencia de comer ciertos alimentos y la importancia de considerar sagrados ciertos días. Aunque esos temas puedan sonar poco fundamentales para nosotros y nosotras en estos tiempos, en el fondo plantean la pregunta que con frecuencia sigue habitando nuestras almas: "¿Cómo puedo vivir una vida que agrade a Dios?". Y, al igual que hacemos a veces hoy en día, las personas creyentes en Roma tenían sus respuestas contradictorias. Pablo se adentra en su discusión, pero en lugar de ofrecer una solución definitiva, les ofrece algunos principios clave para seguir amándose mutuamente en medio del desacuerdo. El primero principio es no condenarse mutuamente. “El que come de todo no debe menospreciar al que no come ciertas cosas, y el que no come de todo no debe condenar al que lo hace, pues Dios lo ha aceptado. ¿Quién eres tú para juzgar al siervo de otro?" (Romanos 14:3-4). Podemos entender las cosas de manera diferente, pero Dios no nos ha dado el deber de condenarnos mutuamente sino de amarnos, aun en medio del desacuerdo. El segundo consejo es abstenerse de crear conflictos innecesariamente. "Por tanto, dejemos de juzgarnos unos a otros. Si tu hermano se angustia por causa de lo que comes, ya no te comportas con amor. No destruyas, por causa de la comida, al hermano por quien Cristo murió” (Romanos 14:13, 15). El ejercicio de mi libertad en Cristo, ¿está perjudicando activamente a mi hermano o a mi hermana, empujándole a actuar en contra de su conciencia? Si es así, independientemente de mis intenciones, puedo estar haciéndoles daño inadvertidamente. Pero para que no creamos que la posibilidad de conflicto excluye la discusión honesta sobre las áreas de desacuerdo, Pablo ofrece un tercer consejo. "En una palabra, no den lugar a que se hable mal del bien que ustedes practican, porque el reino de Dios no es cuestión de comidas o bebidas, sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo. El que de esta manera sirve a Cristo agrada a Dios y es aprobado por sus semejantes. Por lo tanto, esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación" (Romanos 14:16-19). Dios nos ha dado el deber de compartir con nuestros hermanos y nuestras hermanas lo que sabemos que es bueno, las cosas que llevan a la justicia, a la paz y a la alegría en el Espíritu Santo, todo aquello que conduce a una mutua edificación de nuestra fe en Aquel que nos ama y que nos une, a pesar de nuestras diferentes comprensiones. Volvamos a los dinosaurios. A pesar de mis débiles protestas de ocho años ("¡Pero los dinosaurios no podrían haber convivido con la gente, se los habrían comido!"), mi amigo no cambió de opinión. Aun así, siguió siendo mi amigo. Seguimos yendo a la iglesia juntos, seguimos orando juntos y nos hemos sostenido y cuidado mutuamente a lo largo de los años. No creo que el tema de los dinosaurios haya vuelto a surgir, pero me gustaría que sucediera. Poder compartir por qué cada una de nuestras respectivas interpretaciones de las Escrituras nos trajo la paz, poder hacernos preguntas mutuamente sin miedo al rechazo o a la humillación, poder reírnos de nuestras propias debilidades y aplicar nuestras fortalezas humildemente y con gratitud, este es el tipo de debate teológico en cual espero poder participar. Con o sin dinosaurios. Jeff Lampen sirve actualmente como copastor (junto con su esposa, Chelsea) en la Iglesia Reformada de Fairview, en Fairview, Illinois. Acompañados por sus tres hijos, Jeff y Chelsea desempeñarán funciones pastorales y de apoyo al personal en la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas en Hannover, Alemania, a partir del próximo año. Psassage biblique: Romains 14:1-19
Je me souviens encore de mon premier "débat" théologique : J'ai huit ans et je passe la nuit chez un ami que je connais de l'église. C'est la première fois que je dors chez lui, et après avoir regardé ses voitures télécommandées et admiré son nouveau fusil à plomb, je commence à parcourir sa bibliothèque. Soudain, un livre attire mon attention. C'est un livre sur les dinosaures dans la Bible. « ça alors ! » Je me dis : « Que c'est cool ! » Pendant que mon ami bricole son jeu de construction, je m'installe sur son lit et je feuillette rapidement les pages. Au fur et à mesure que les minutes passent, ma lecture frénétique dans l'attente d'une découverte se ralentit. Pour l'une des premières fois de ma vie, je pense être en désaccord avec un auteur ! Oui, les « Béhémoths » et les « Léviathans » de Job 40 et 41 semblent incroyables, mais je ne suis pas sûr qu'il s'agisse vraiment de dinosaures. « Je ne sais pas quoi penser de ce livre », dis-je. « Je ne suis pas sûr que la Bible parle vraiment de dinosaures. » "Eh bien, je pense que oui", répond mon ami. À ce moment-là, toutes mes idées d'enfance selon lesquelles les chrétiens croient tous la même chose ont été définitivement détruites. J'étais sidéré. Nous étions amis ! Nous avions tous les deux de bonnes notes ! Nous allions à la même église ! Nous lisions la même Bible ! Comment pouvions-nous être en désaccord ? Et qu'est-ce qu'on va faire maintenant ? J'ai trouvé que cette dernière question - que faire maintenant ? - était absolument essentielle dans ma vie de pasteur et de chrétien. Nous ne sommes pas d'accord : que faisons-nous maintenant ? Devons-nous nous séparer, suivre des voies différentes et éviter la réalité inconfortable que nous ne sommes pas d'accord ? Cédons-nous, abandonnant nos propres convictions pour maintenir l'apparence d'un consensus ? Nous accrochons-nous, exigeant de l'autre qu'il se soumette à notre compréhension de la vérité ? Où voulons-nous en venir ? Dans Romains 14, Paul s'adresse à un groupe de croyants qui sont divisés sur des sujets tels que le choix de certains aliments et l'importance de considérer certains jours comme saints. Bien que ces questions puissent sembler moins fondamentales à beaucoup d'entre nous aujourd'hui, au fond, elles posent la question qui remplit encore souvent nos âmes : « Comment puis-je vivre une vie qui plaise à Dieu ? » Et, tout comme nous le faisons parfois aujourd'hui, les croyants romains ont donné des réponses contradictoires. Paul se mêle à leur dispute, mais au lieu d'offrir une solution définitive, il leur propose quelques principes clés pour s'aimer les uns les autres au milieu d'un désaccord. La premier est de ne pas se condamner les uns les autres. « Celui qui mange de tout ne doit pas mépriser celui qui ne le fait pas, et celui qui ne mange pas de tout ne doit pas juger celui qui le fait, car Dieu les a acceptés. Qui es-tu pour juger le serviteur d'autrui ? » (Romains 14:3-4). Nous pouvons comprendre les choses différemment, mais Dieu ne nous a pas imposé de nous condamner les uns les autres, mais de nous aimer, même en cas de désaccord. Le deuxième conseil est de ne pas créer de conflit inutile. « Cessons donc de nous juger les uns les autres. Décidez-vous plutôt à ne pas mettre de pierre d'achoppement ou d'obstacle sur le chemin d'un frère ou d'une sœur... Si votre frère ou votre sœur est troublé à cause de ce que vous mangez, vous n'agissez plus dans l'amour. Ne fais pas périr par ton repas celui pour qui le Christ est mort » (Romains 14,13.15). L'exercice de ma liberté en Christ nuit-il activement à mon frère ou à ma sœur, en le poussant à agir contre sa conscience ? Si c'est le cas, quelles que soient mes intentions, il se peut que je leur fasse du mal par inadvertance. Mais si nous ne pensons pas que la possibilité d'un conflit exclut une discussion honnête sur les points de désaccord, Paul offre un troisième conseil. « Que ce qui est bon pour vous ne devienne pas un sujet de calomnie. En effet, le royaume de Dieu, ce n'est pas le manger et le boire, mais la justice, la paix et la joie, par le Saint-Esprit. Celui qui sert Christ de cette manière est agréable à Dieu et approuvé des hommes. Ainsi donc, recherchons ce qui contribue à entretenir la paix et à nous faire grandir mutuellement dans la foi. » (Romains 14,16-19). Dieu nous a donné le devoir de partager avec nos frères et sœurs ce que nous savons être bon, ce qui conduit à la justice, à la paix et à la joie dans l'Esprit Saint, ce qui conduit à l'édification mutuelle de notre foi en Celui qui nous aime et nous unit, en dépit de nos différences de compréhension. Revenons aux dinosaures. Malgré mes faibles protestations de gamin de huit ans (« Mais les dinosaures n'auraient pas pu vivre avec les humains, ils les auraient mangés ! »), mon ami n'a pas changé d'avis. Mais il est resté mon ami. Nous sommes toujours allés à l'église ensemble, nous avons toujours prié ensemble et nous nous sommes soutenus et aidés mutuellement au fil des années. Je ne pense pas que le sujet des dinosaures soit revenu sur le tapis, mais j'aimerais bien que ce soit le cas. Pouvoir partager ensemble les raisons pour lesquelles chacune de nos interprétations respectives des Écritures nous a apporté la paix, pouvoir poser des questions à l'autre sans craindre le rejet ou l'humiliation, pouvoir rire ensemble de nos propres faiblesses et appliquer nos forces avec une humilité reconnaissante, voilà le genre de débat théologique auquel j'espère prendre part. Avec ou sans les dinosaures. Jeff Lampen est actuellement co-pasteur (avec sa femme Chelsea) de l'église réformée à Fairview, dans l'Illinois. Accompagnés de leurs trois enfants, Jeff et Chelsea vont, au cours de l'année prochaine, assumer des fonctions pastorales et de soutien au personnel de la Communion mondiale d'Églises réformées (CMER) à Hanovre, en Allemagne. |
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February 2025
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