Porque nos ha nacido un niño,
se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. — Isaías 9:6 La venida del Cristo Con estas palabras tan familiares, el profeta Isaías predice la venida de Jesucristo, el hijo de Dios que estará con nosotros y nosotras (Mateo 1:23) y que quitará los pecados del mundo (Hebreos 9:28). Como personas cristianas, todas conocemos y hemos internalizado la esencia de esta verdad teológica y práctica: que, como resultado del pecado del ser humano y de que "no dimos en el blanco" del deseo de Dios para la humanidad, Dios mismo, por abundancia de amor hacia su pueblo, envió a su Hijo Jesucristo para que se encarnara entre nosotros y nosotras. Su Hijo sufrió todas las indignidades y, finalmente, la muerte en una cruz por acercarnos y devolvernos la plena relación con Dios Padre. En Navidad celebramos la venida de Cristo y nos alegramos por su encarnación. El dilema: encontrar la esperanza en medio del pecado No obstante, seguimos viviendo en un mundo caído y en pecado. Aunque Cristo vino a salvarnos, hay muchos elementos y circunstancias de esta creación que no podemos controlar. Pero hay otras cosas de las cuales sí se nos pide que nos hagamos responsables. Esta última categoría tiene que ver con los mandatos que Jesús nos dio incluso cuando era llevado de regreso al Padre luego de su crucifixión y resurrección. Jesús nos recuerda que el mandamiento más importante es amar a Dios y amarnos las personas las unas a las otras, así como nos amamos a nosotras mismas. Vivimos en la realidad de un mundo y de un pueblo por los que Cristo dio su vida y, sin embargo, aun sufrimos muchas de las aflicciones de vivir en un mundo quebrantado por causa del pecado. Cristo vino a traernos esperanza, y nosotros y nosotras recibimos el llamado a vivir en la realidad de esta esperanza y a ser una luz que señale hacia Él para que el resto del mundo pueda verlo. Este es el llamado de la Iglesia: esta es la realidad en la que Dios nos ordena vivir cotidianamente. En los últimos meses tuve la oportunidad de reflexionar sobre el significado de estas verdades y sobre las aparentes polaridades a las que hacen referencia. La esperanza y el amor vienen de Cristo, y existen en medio del pecado, la destrucción y el odio que habitan de manera permanente nuestro mundo. Lo más probable es que, sea cual sea la geografía en la que vivas o el llamado que Dios haya puesto en tu vida, sigas enfrentándote a esta polaridad. Cristo nos llama a la esperanza y al amor y, sin embargo, el mundo a menudo nos muestra un menú diario de odio y destrucción. ¿Qué debemos hacer? Nuestra respuesta: alabanza y adoración Creo que la Biblia nos ofrece muchas historias e imágenes con una adecuada respuesta a este dilema. En medio de todas nuestras circunstancias, en medio de nuestro dolor, incluso cuando vivimos en una realidad conflictiva, somos llamados y llamadas a adorar y a alabar a Dios. Esto ha sido así desde el momento en que los primeros israelitas fueron liberados del cautiverio en Egipto hasta nuestros días. La primera tarea encomendada a aquella comunidad israelita no fue enfrentarse a sus enemigos, sino que se les ordenó abrazar a Dios por medio de la adoración. Con Dios como director, construyeron el tabernáculo y crearon una cultura y un proceso por el cual Dios sería recordado y adorado día a día. Como he oído decir a muchas personas predicadoras en medio de nuestro dolor: debemos "alabar a Dios de cualquier manera, porque es digno de ser alabado". Al hacerlo, vivimos en la realidad de la esperanza que Cristo nos ofrece. Esta esperanza, inspirada por el Espíritu Santo, habita en medio nuestro y nos permite hacer grandes cosas incluso a pesar de nosotros y de nosotras. Esta esperanza nos permite vivir en este mundo pecaminoso, al tiempo que nos revela que existe un camino mejor. Este camino mejor es diferente, es el camino de Cristo, el camino del amor - el camino que ordena nuestro rumbo aun mientras anticipamos la segunda venida perfeccionadora de Cristo. Celebra la Navidad Estés donde estés en esta Navidad, debes saber que nunca estás en soledad y que Dios nunca está lejos de ti. Puedes vivir la certeza de esta realidad incluso cuando adoras y alabas a Dios, alabándole de cualquier manera independientemente de tus circunstancias. En los últimos meses, he tenido el privilegio de viajar por varios estados e internacionalmente para visitar a familiares y amistades, y me ha sorprendido una cosa. Dondequiera que he ido, los preparativos para la Navidad generan una gran emoción - acerca de la preparación para celebrar lo que Dios ha hecho al mostrar su amor por nosotros y nosotras. Tanto si celebramos la Navidad en un lugar donde nieva copiosamente, como si paneas hace un poco de frío, o en un clima tropical, lo único que permanece inalterable es esta verdad: que Cristo vino a restaurar nuestras vidas, la de sus hijos e hijas, y a darnos la oportunidad de invocar su nombre en la oración, en el culto y en la vida. Dios nos llama, no sólo a vivir en la esperanza que Él nos ofrece, sino que nos llama a vivir de tal manera que nuestra esperanza sea evidente para todas las personas. Nuestra esperanza debe reflejar quiénes somos por medio del poder del Espíritu Santo - nuestra esperanza debe darnos el poder de hacer aquello que Dios nos ha ordenado hacer. Nuestra esperanza debe animarnos a amar a Dios y a amarnos mutuamente de un modo profundo. Oraciones por el mundo Existen muchos conflictos y muchas tragedias actualmente en nuestro mundo. Se puede argumentar que cada conflicto importante que enfrenta nuestro mundo tuvo su origen en la premisa pecaminosa sostenida por algunas personas de que su pueblo - tribu, raza, país o nacionalidad - es superior a aquellos a quienes desean imponer su voluntad, dominar o someter. Si todas las personas que dicen ser hijas de Dios actuaran en consecuencia, y se trataran unas a otras como si todas fuésemos igualmente hijas de Dios, tal vez podría comenzar la sanación. Ojalá todas las personas pudiésemos afrontar y vivir en la realidad de que todas hemos sido creadas a imagen de Dios: todas somos Imago Dei. Esta es nuestra esperanza navideña. Por lo tanto, oremos por cada una de nosotras y nosotros, por nuestras familias y por el mundo. Oremos por las necesidades de quienes sufren en Norteamérica, en el Caribe y en el resto del mundo. Que nosotros y nosotras, la Iglesia, proyectemos la esperanza de Cristo -una Esperanza de Navidad- para que, así como Jesús orara en su última oración como sumo sacerdote, según Juan 17, "el mundo crea" que somos sus hijos, que somos sus hijas. Que así sea – Amén. Colin P. Watson Sr. Co-Convocante de CANAAC Director Ejecutivo Emérito, Iglesia Cristiana Reformada en Norteamérica (CRCNA)
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January 2023
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