"Se ha llegado a un veredicto en el juicio a Derek Chauvin por asesinato". Con este anuncio, realizado a última hora del día martes 20 de abril, muchas personas en los Estados Unidos, Canadá y otros lugares contuvimos la respiración colectiva mientras aguardábamos poder escuchar cuál sería ese veredicto. Para muchas personas, ese veredicto pendiente generaba dudas. ¿Sería realmente afirmado George Floyd como un ser humano creado a imagen de Dios? ¿O nuestra sociedad enferma no reconocería, una vez más, la humanidad básica de otra vida negra? Durante las últimas semanas, los medios de comunicación corrieron su atención de la pandemia de COVID-19 a este otro tipo de virus. El racismo es muy real en nuestro mundo quebrado, y el juicio a Derek Chauvin lo ha colocado nuevamente en el centro de atención. Para las personas que no han seguido esta historia, Derek Chauvin es un ex oficial de la policía de Minneapolis, acusado de asesinar a George Floyd al arrodillarse sobre su cuello durante más de nueve minutos durante un arresto en mayo del pasado año. Algunas personas se niegan a creer que la cuestión racial haya tenido algo que ver con esta trágica muerte. Para muchas otras, George Floyd era un nombre más en una larga lista de hombres y de mujeres negros que fueron asesinados a manos de otras personas, incluyendo a agentes de policía. Por ello, el juicio a Chauvin llegó a ser visto casi como una prueba de fuego para determinar si se haría justicia en este caso. Como sabemos ahora, Chauvin fue declarado culpable de todos los cargos: homicidio involuntario en segundo grado, homicidio en tercer grado y homicidio en segundo grado. Este anuncio significó también un rayo de esperanza: quizás fuera posible que, nosotros y nosotras, como sociedad, nos uniéramos colectivamente del mismo lado en este asunto. Quizás fuera posible estar de acuerdo con las conclusiones del jurado que señaló que, en este caso, Chauvin intentó utilizar el poder del sistema para tratar de negarle la vida y la libertad a un ser humano semejante, y quizá fuera posible decir colectivamente que no, que hay un camino mejor, el camino de la "shalom". Al vivir en un mundo degradado, debemos reconocer que este no fue solo un incidente aislado. Para muchas personas negras, indígenas y de color (BIPOC[1]), eventos como la muerte de George Floyd son un recordatorio de los muchos actos de discriminación abierta y sutil que enfrentan a diario. Un juicio como el de Chauvin, en el que se examinan y se juzgan las acciones de la víctima, parece trasladar la culpa de todos estos otros actos de un modo muy injusto nuevamente a las víctimas. Retraumatiza a innumerables personas que ya han sido heridas anteriormente. Si bien nosotros y nosotras, como personas cristianas, deberíamos demostrar nuestra complacencia con la forma en que las conclusiones de este jurado honran y respetan la vida de la comunidad BIPOC, también reconocemos que este veredicto representa apenas una pequeña pizca de justicia. La plena shalom habría dado lugar a que George Floyd no perdiera la vida a manos de un oficial de la ley. Es por esto que hoy, mientras oímos y reaccionamos al veredicto, nos gustaría invitar a todas las personas que forman la membresía de la Iglesia Cristiana Reformada en Norteamérica a unirse en un tiempo de oración:
Me despido con estos pensamientos de nuestro testimonio contemporáneo, Nuestro mundo es de Dios: "Juntos/as, hombres y mujeres, solteros/as y casados/as, jóvenes y ancianos/as —el género humano en todos sus matices y variedades-- hemos sido llamados a representar a Dios, porque el Señor, nuestro Dios, nos creó. La vida es el don que Dios nos dio, y se nos ha llamado a fomentar el bienestar de todos los vivientes,"(art. 11) “Tenemos la plena seguridad de que la luz que brilla en esta oscuridad presente llenará la tierra cuando Cristo venga. Ven, Señor Jesús. Nuestro mundo te pertenece.” (art. 6) [1] BIPOC, por sus siglas en inglés, refiere a personas negras, indígenas y de color. —Colin P. Watson, Sr. Director Ejecutivo Iglesia Cristiana Reformada en los EEUU de NA
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Lectura bíblica: Salmo 22 Los Salmos han sido mis fieles acompañantes durante en este año. Entre mis preferidos lo están el Salmo 42, “Como ciervo que brama por las corrientes de agua, así mi alma clama por ti, mi Dios....”, el 121, “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro?”, y el 130, “De lo profundo, [Señor], a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica.” Estas canciones son reflejo de la condición humana y comparten palabras de alabanza, alegría, gratitud, y también lamento, ira, duda y dolor. El Salmo 22 ha sido mi acompañante más reciente ya que se me pidió predicar sobre este salmo el Viernes Santo. Meditado en él, vinieron a mi mente algunas ideas que comparto con ustedes. Primeramente, Jesús pronuncia las palabras del primer versículo del salmo en la cruz. En su humanidad, en su dolor -como el salmista- sintiendo el abandono y la soledad de la cruz, Jesús clama a Dios: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Estas palabras, pronunciadas desde un lugar de profunda tristeza y desesperación, pueden resultarnos familiares. Hemos experimentado o quizás estamos experimentando sentimientos similares. Me detuve a reflexionar en estas palabras y en lo relevantes que son hoy día; una mirada a las noticias o incluso al abrir las puertas de nuestros hogares sería suficiente para corroborar cuán relevantes son. Escuchamos diferentes versiones de estas famosas palabras, una y otra vez, en diferentes idiomas y con distintas voces. En medio de una pandemia, de la injusticia social e inequidad que nos rodean, el abuso del poder y maltrato que presenciamos, en las divisiones y la falta de bondad, ¿cómo no escuchar en ellas los ecos de un mundo sufriente? Jesús, habiendo experimentado la cruz, nos acompaña en nuestros propios lugares de tristeza y desesperación, en donde estamos y donde encontramos a nuestros hermanos y hermanas más vulnerables. En segundo lugar, y volviendo al salmo, el salmista encuentra señales de esperanza aún en medio de la desesperación. Los versículos siguientes alternan entre gritos de desesperación y el recuerdo de la salvación o liberación de Dios. Cuando llegamos al versículo 24, el discurso del salmo comienza a cambiar, “El Señor no rechaza al afligido, no desprecia a los que sufren, ni esconde de ellos su rostro; cuando a él claman, les responde.” El salmista pasa del lamento a la confianza, a la esperanza, a la alabanza... Aunque en algún momento se sintió abandonado por Dios, Dios no le abandonó. Este pensamiento trajo a mi mente una última interrogante: ¿Cómo fue exactamente que Dios le salvó? Aunque esta pregunta no es contestada directamente en el salmo, se podría inferir que hubo algún tipo de milagro -sobrenatural o natural. Pudo tratarse de un milagro de salvación de alguna situación peligrosa, o tal vez fue una iluminación divina, una coincidencia que se convirtió en oportunidad, una visita no esperada que inspiró actos de justicia y bondad o incluso la intervención de alguien, como tú o cómo yo, en favor una persona quien se convirtió, entonces, en instrumento de Dios para la liberación. Esta persona fue el milagro que la otra necesitaba desesperadamente. A veces nos centramos únicamente en definir “salvación” en el sentido individual, espiritual y olvidamos definirla en términos de las implicaciones cotidianas y colectivas - también muy espirituales - que conllevan nuestra respuesta en el aquí y el ahora. Les invito a reflexionar nuevamente en las palabras del Salmo 22 y en el “cómo” de la liberación de Dios. Considere el papel que jugamos en el plan salvífico de Dios en este mundo, cómo somos colaboradores de Dios (1 Corintios 3:9). Jesús, nuestro Salvador y maestro, ha resucitado. Él es nuestro milagro. Es mi oración que al seguir los pasos de Jesús podamos convertirnos en un milagro para otras personas, y que cuando escuchemos al mundo clamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, en cualquier versión o idioma, podamos responder con confianza y humildad: “Mi hermano, mi hermana, Dios no te ha abandonado. Heme aquí. Dios me envió a mi”. —Vilmarie Cintrón-Olivieri, M.Ed. Educadora y anciana gobernante La Iglesia Presbiteriana (EE. UU.) Vilmarie es maestra y anciana gobernante presbiteriana nacida en San Juan, Puerto Rico. Ha servido a la PC(USA) en muchos niveles, incluyendo el consistorio, el presbiterio, el sínodo y otros grupos de la iglesia, como Mujeres Presbiterianas. Más recientemente, Vilmarie se desempeñó como co- moderadora de la 223era Asamblea General (2018-2020). Ha dedicado la mayor parte de su vida adulta a la educación y la formación, principalmente enseñando inglés a estudiantes de escuela secundaria y a adultos de alrededor del mundo. Vilmarie vive en Florida con su esposo, el Rev. José Manuel Capella-Pratts. Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando reunidos los discípulos a puerta cerrada por temor a los judíos, entró Jesús y, poniéndose en medio de ellos, los saludó.—"¡La paz sea con ustedes!" Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor, los discípulos se alegraron. "¡La paz sea con ustedes!" —repitió Jesús—. "Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes". Acto seguido, sopló sobre ellos y les dijo:—"Reciban el Espíritu Santo". (Juan 20:19-22) ¿Cómo experimentamos el gozo que creemos que viene con la resurrección cuando nuestro mundo está sufriendo una pandemia? En Guyana, desde nuestro primer caso de COVID, luchamos contra la pandemia de salud mundial, una "pandemia de elecciones", donde fuimos testigos de una elección que duró aproximadamente cinco meses. Nos sumergimos en otra "pandemia", relacionada con una crisis en nuestra iglesia que ha causado dolor y quebrantamiento en nuestra Iglesia. Dado que la pandemia de COVID todavía es perjudicial para el mundo, luchamos por lograr justicia y restaurar el orden, la unidad y la curación en nuestra Iglesia. Durante estos tiempos la persecución, luchas sociales, económicas, de salud y la posible muerte podían generar miedo en nosotros, podíamos sentirnos como los discípulos que estaban encerrados por miedo a puertas cerradas. El miedo puede hacernos terminar nuestro camino de conversión y compromiso. Al estar cubiertos por nuestra apatía espiritual y falta de celo, nuestros defectos personales o nuestra falta de virtud humana no son tanto como la ceguera al poder dinámico del Señor crucificado y resucitado. Solo podemos salir de nuestras cárceles hechas por nosotros mismos abriendo nuestro corazón a una COMPLETA fe en Cristo: completa confianza, a pesar de la confusión del presente y la incertidumbre del futuro. Una esperanza completa, al romper con tener que ver el ideal en nosotros mismos antes de actuar, y una completa confianza divina en dejar a un lado los pecados de los demás y nuestros fracasos personales, que nos mantienen fijos en una visión estrecha de miras de la vida. Cristo viene a través de puertas cerradas en esta temporada de Pascua para pedirnos que las abramos con una experiencia real del Señor Resucitado en el poder del Espíritu. Después de estar realmente emocionado por el cumplimiento de una gran expectativa de tener al Mesías el Domingo de Ramos, todo parecía desmoronarse. Todas las esperanzas, sueños y expectativas de la gente que estaban encarnados en Jesús parecieron derrumbarse. No había nada más que dolor, tristeza, pérdida, dolor, sufrimiento y miedo. La gente ciertamente se siente profundamente vulnerable en un momento en que sus esperanzas y certezas son aplastadas, pero en la resurrección Jesús vence a la muerte y, al hacerlo, nos ofrece una nueva vida: una nueva norma. Esta nueva norma no es un regreso a las victoriosas esperanzas del Domingo de Ramos. La crucifixión nos había mostrado la realidad del dolor y el sufrimiento y hasta dónde llegará Dios para ayudarnos a encontrar el amor de Dios. La nueva norma que se reflejó en la resurrección fue diferente. Cristo sopla de nuevo sobre nosotros para recibir el poder del Espíritu Santo y enviarnos a proclamar el evangelio en medio del dolor, el sufrimiento y la pérdida, para experimentar y vivir el gozo de la resurrección, incluso en medio de las vidas "perdidas por la pandemia". Fue una revelación que el poder de Dios se manifiesta en la vulnerabilidad y el amor sufriente. La nueva norma era que las personas reconocieran su interconexión y su llamado de manera más amplia, a vivir bajo las alas de Dios, que es amor: cuidar de los enfermos; vivir la vida con y para los demás; buscar sabiduría, mansedumbre, paz, amor y gozo; vencer a los viejos dioses de la codicia, el individualismo y los falsos ídolos; vivir juntos como un solo Cuerpo. La nueva norma, por supuesto, incluye el dolor y el sufrimiento, pero no sin esperanza. La crisis de COVID no es algo bueno. Es horrible, dolorosa, espantosa. Tenemos que nombrarla como tal. Sin embargo, si el amor perfecto expulsa el miedo y si Jesús verdaderamente ha resucitado, entonces quizás la nueva norma que emergerá cuando el virus sea derrotado nos ayudará a llevarnos a un lugar donde podamos ver la vida con más claridad, vivir con completa ESPERANZA en nuestro Señor resucitado, y amar a Dios y los unos a los otros más plenamente. —Rev. Gaitri Singh -Henry Ministra Iglesia Presbiteriana en Guyana La Rev. Gaitri Henry fue delegada en representación de la Iglesia Presbiteriana de Guyana en la Asamblea General de CAANAC en Guyana en 2018. Es esposa y madre de tres hermosos hijos. Es educadora y ministra en la Iglesia Presbiteriana Memorial Burns, Guyana. En el contexto del reciente aumento en las infecciones y muertes por COVID-19 en Jamaica, el primer ministro Andrew Holness, en una conferencia de prensa celebrada el 28 de febrero, anunció a una nación asediada una serie de restricciones, incluida la limitación del tamaño de las reuniones a un máximo de diez personas en los lugares de culto, mientras que otros miembros de la congregación debían limitarse únicamente a participar en línea en estas reuniones. Estas medidas debían entrar en vigencia el 1 de marzo. Dos días después, el país quedó conmocionado por la noticia del arresto de una pastora por violar estas mismas normas. En lugar de participar en los servicios en línea, como se estipuló, había aproximadamente cincuenta personas reunidas en el santuario, ninguna de las cuales, se dice, llevaba máscaras u observaba el distanciamiento social. Esta pastora, en presencia de la congregación que acababa de ser advertida tanto por la policía como por las autoridades de salud sobre la necesidad de observar las regulaciones, dejó constancia de que reprendió a su congregación, diciéndoles que Dios le dijo que ningún hombre podía tocarla porque ella era la niña de los ojos de Dios y que la mayoría de ellos deberían quedarse en casa porque no estaban listos para servir a Dios. También le dijo a su congregación que no tiene la intención de facilitar servicios en línea. Evidentemente, esta pastora se ve a sí misma, no solo por encima de la ley, sino también por encima del alcance de COVID-19. Desafortunadamente, casos como este son frecuentes. Tal desafío al estado de derecho entre los miembros de la Iglesia cristiana parece tener sus raíces en la creencia equivocada de que aquellos que profesan fe en Dios son de alguna manera inmunes a las enfermedades. Muchos cristianos bien intencionados, por ejemplo, consideran que pasajes como el Salmo 91 ofrecen una garantía férrea de que siempre estarán protegidos de cualquier daño, pase lo que pase. Sin embargo, seguimos viendo las crecientes estadísticas de personas que mueren a diario por COVID-19. Curiosamente, muchos de ellos son cristianos comprometidos. El Reverendo Daniel Hans, en su libro, God on the Witness Stand, habla de haber encuestado a los miembros de su congregación con respecto a sus decepciones con Dios; momentos en los que Dios no cumplió con las cosas que esperaban que hiciera. Los miembros compartieron sus experiencias de ocasiones en que habían orado por un bebé recién nacido que luchaba por la vida, solo para ver a ese niño finalmente morir. Hablaron de ocasiones en que habían esperado que Dios interviniera y salvaguardara a su pueblo contra el daño físico, solo para recibir noticias de una anciana que fue apuñalada mientras se dirigía a la iglesia; en ocasiones en las que habían intercedido por los países africanos afectados por la sequía, solo para ver que las condiciones de hambruna continuaban azotando implacablemente las tierras ya resecas. Junto a estas situaciones de decepción, Hans ahora coloca la suya propia: había esperado que Dios permitiera que su hija de tres años sobreviviera a su batalla contra el cáncer, pero en cambio él y su esposa tuvieron que enfrentar la terrible experiencia que ningún padre quiere enfrentar nunca, la de ver sufrir y morir a su inocente niña. Señala el Reverendo Hans que la vida está construida sobre inevitables desilusiones, y que si nos tomamos el tiempo para leer las Escrituras con atención, notaremos que, junto con historias asombrosas de encuentros milagrosos de personas con Dios, hay muchas historias sobre personas que clamaron a Dios en total desesperación, mientras que Dios parecía permanecer en silencio e inactivo. Hans sugiere que cuando recordamos solo las hazañas espectaculares realizadas por Dios, corremos el riesgo de desilusionarnos, esperando que Dios haga algo que tal vez no tenga la intención de hacer. Si bien podemos, y debemos, tomar todas las medidas necesarias para evitar situaciones dañinas, nuestra capacidad para protegernos de los peligros enumerados en el Salmo 91, por ejemplo, es sumamente limitada. La afirmación fundamental del Salmo 91 es que no debemos tener miedo, no porque se nos haya concedido inmunidad contra los peligros de la vida, sino por la seguridad de Dios de que, pase lo que pase, nunca seremos abandonados por Dios. —Rev. Norman O. Francis Director adjunto y conferencista Colegio Teológico Unido de las Indias Occidentales Norman ha sido ministro ordenado de la Iglesia Unida en Jamaica y las Islas Caimán durante las últimas dos décadas. Está casado con Karen y tiene dos hijos adultos. |
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January 2023
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