En medio de todas las tormentas y de la devastación, Dios se anuncia presente y permanece fiel. Aunque las fuerzas de la naturaleza están fuera de nuestro control, no lo están del control de Dios. Recientemente, las tormentas tropicales, los huracanes, los tornados, los terremotos, las pandemias y toda forma imaginable de injusticia han asolado el mundo. Como CANAAC, PC(USA) y todas las asociadas de la CMIR, seguimos trabajando centrándonos en todo lo que tenemos en común y en el uso de nuestros dones y talentos para el bien común. Las áreas en las que enfocamos nuestro compromiso son: la justicia, la paz, el bienestar físico, emocional y espiritual, el culto y la oración. Unimos nuestros corazones y nuestras almas en la oración por todas las personas que se han visto afectados de alguna manera por las diversas formas de devastación; nos unimos en la oración con y por todas las personas que se han quedado sin hogar, sin comida y sin agua, las que están en los hospitales, y todas las que están en peligro de cualquier tipo. Por la gracia de Dios y por la esperanza que está en Dios, continuamos en el servicio fiel, renovando nuestro compromiso, sabiendo que, en medio de todas las catástrofes de la vida, Dios está presente y nos fortalecerá para todo lo que debamos enfrentar. Nuestras vidas están en las manos de Dios. Dios de gracia y Dios de toda esperanza, alivia a todas las personas que han padecido algún sufrimiento; sigue estando presente con todas aquellas que han sido afectadas por los recientes terremotos, tormentas, huracanes, tornados y cualquier evento que haya traído sufrimiento. En tu amor, sana a quienes sufren de COVID-19, cuyas vidas han sido amenazadas por la enfermedad o la injusticia, y concédenos tu paz para nuestra salud, para fortalecer nuestra economía y para el bienestar integral. En tu Santo nombre te lo pedimos. AMÉN. —Rev. Mary Newbern-Williams Pastora del Pacto Primera Iglesia Presbiteriana Unida Richmond, Virginia, EE.UU. Mary ha sido delegada en la Asamblea General de 2004 de la Alianza Reformada Mundial en Ghana, sirviendo también como delegada en las reuniones de la CANAAC. Actualmente forma parte del Comité Ejecutivo del Comité de Relaciones Ecuménicas e Interreligiosas de la Asamblea General de la PC(USA).
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La fatídica noticia de la muerte de cuatro personas en Mayagüez, otras en estado de cuidado, supuestamente influenciadas por un líder religioso para no vacunarse contra COVID-19, es un asunto crítico que tiene consecuencias sociales, éticas y religiosas. Jesús resumió su enseñanza en dos prácticas: Amar a Dios y a los demás. El liderazgo cristiano tiene la responsabilidad de instruir esas dos facetas que conducen a la vida y persiguen el bien común. COVID-19 es mortal, deja comunidades desempleadas, aumenta la violencia doméstica, retrasa la educación. La respuesta ética desde la fe no puede basarse en nuestro individualismo, sino en el bien común. La calidad y el grado de cuidado que tenemos con los demás es un reflejo directo de los valores cristianos. Las alternativas que han salvado vidas y restaurado los medios de vida en el pasado son la elección cuando se trata de seres humanos frente a una pandemia inesperada. El ejercicio de la libertad religiosa no incluye el derecho a implicar o fomentar actividades nocivas como la propagación de enfermedades contagiosas. Cualquier líder religioso que sugiera una acción que afecte su vida, libertad o dignidad está tergiversando los principios y lecciones de fe a los que dice pertenecer. Rara vez nos detenemos a pensar en los problemas de salud de la comunidad, absortos en nuestra maldad individual. Pero desde la fe cristiana «mi» salud solo puede entenderse como parte de «nuestra» salud. Esta pandemia es un recordatorio de que la atención médica no es un bien privado. Debemos detenernos y cuestionarnos hasta dónde llega nuestra responsabilidad ética como líderes religiosos con la vida o muerte de nuestras comunidades. Nuestra responsabilidad es también con la vida de quienes se niegan a tomar las precauciones médicas necesarias o recibir la vacuna, así como a quienes se les niega una cama o un ventilador, incluso cuando ponen en riesgo su salud y la de los demás. Como creyentes, entendemos que la gracia divina está mediada por la realidad de nuestra experiencia de vida. Cada vez que compartimos el pan y el vino como comunidad en la mesa, afirmamos el valor de la vida. Como sociedad, debemos tener en cuenta que ningún líder religioso posee una verdad absoluta sobre la que no se puede criticar ni reflexionar. Así se justifican los conflictos bélicos, despojos forzosos de territorios, genocidios, asesinatos, actos de terror y suicidios colectivos ocurridos en Jonestown, Guyana y Waco, Texas. Cualquier líder religioso que sugiera una acción que afecte su vida, libertad o dignidad está tergiversando los principios y lecciones de fe a los que dice pertenecer. Nuestro deber ético nos exige acciones para asegurar que las personas más vulnerables tengan acceso a esta atención de salud y concientizar que la destrucción de la naturaleza y la consecuente pérdida de biodiversidad son causas que están en la raíz de esta y cualquier otra pandemia potencial. Hablar en nombre de quien dijo: «Yo soy la vida», nos da la oportunidad de usar nuestra influencia para contrarrestar la desinformación, el negacionismo y las noticias falsas que matan. Promovamos el bien común y recordemos a los que se congregan en nuestros templos que amar a los demás incluye proteger su salud y su vida promoviendo la justicia social. —Agustina Luvis Núñez Teóloga y Mastra Seminario Evangélico de Puerto Rico “Escuchen, mis queridos hermanos: ¿No ha escogido Dios a los que son pobres según el mundo para que sean ricos en la fe y hereden el reino que prometió a quienes lo aman?– Santiago 2:5 Usualmente interpretaba estas palabras de la siguiente manera: Dios ha dado la fe a las personas pobres como un regalo. Debido a que su vida es difícil y necesitan ayuda adicional para sobrellevar sus luchas, Dios le ha concedido una dosis adicional de fe a quienes más la necesitan. Dios les ha prometido que su vida sería mejor en el más allá. Como seminarista y como potencial pastor, podría ayudar a esas personas pobres compartiéndoles la fe. Sonaba amable, pero ahora me pregunto si no es algo equivocado. “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí” – Mateo 25:40 Concurrí al seminario en un tiempo en el cual la “iglesia misional” y el “reino de Dios” eran frases populares en los debates teológicos sobre la iglesia. Estas palabras de Jesús fueron mis favoritas, al igual que para mis compañeros y compañeras de clase. Debatimos si los "miembros de mi familia" se limitaban o no a quienes se llamaban a sí mismas personas cristianas, pero nunca debatimos el rol de "los más pequeños". Siempre estuvieron ahí para ser servidos, pero ahora me pregunto si no son la fuente de mi salvación. A medida que descubro la forma en que personas cristianas que colonizaron un mundo nuevo para ellas, identificaron a quienes conocieron como no religiosos o subhumanos, mientras robaban tierras y destrozaban cuerpos, me pregunto cuánto de mi pensamiento estaba en ellas. ¿Era la fe un don que tenían que impartir a otra gente en lugar de un don que pudieran recibir de ella? ¿Eran "los más pequeños" quienes eran deficientes y necesitaban ser servidos en lugar de ser quienes podían impartir la salvación? Santiago, no solo reconoce que el don pertenece a las personas pobres sin que cuestiona el favoritismo mostrado hacia los ricos. Se muestra asombrado por la deferencia que se muestra a aquellos "con anillos de oro y ropa fina", aunque son "los ricos los que te oprimen" y "te arrastran a la corte". Asimismo, Jesús sabe que será más fácil para un camello pasar por el ojo de la aguja que para un rico entrar en el reino de Dios. Y, sin embargo, sabemos quiénes caminan por los pasillos del poder y quiénes se sientan en los lugares de privilegio. El teólogo latinoamericano Jon Sobrino consideró al mundo de las personas pobres como “una mediación de la verdad y del absoluto de Dios” y observa una “parcialidad de la revelación divina” entre los más pequeños. Carroll Watkins Ali escribió en Survival & Liberation: “La fe articulada en la tradición mujerista habla en términos de un Dios se identifica con los 'más pequeños', como un alguien que desde su divinidad comparte el sufrimiento y como un 'Dios que es capaz'”. Gustavo Gutiérrez se pregunta: “¿Cómo es eso? ¿Es posible decirles a las personas pobres, que se ven obligados a vivir en condiciones que encarnan una negación del amor, que Dios las ama?” Tal vez la iglesia no necesite decirle nada a las personas pobres. Quizás la iglesia necesite escuchar. ¿No es entonces la misión de la iglesia aprender de las personas pobres? ¿No es el reino de Dios revelado por "los más pequeños de estos que son miembros de mi familia" porque ellos saben mejor cómo alinear la tierra con el cielo? ¿No significa todo esto que las personas pobres no son deficientes, sino que poseen algo de Dios que nosotros y nosotras no? Mientras sigo preguntándome qué podría significar descolonizar la teología y la práctica reformadas, este es el tipo de preguntas que pasan por mi corazón y por mi mente. James W. Perkinson escribió en White Theology: Outing Supremacy in Modernity, “La superioridad cristiana reforzada por la supremacía metafísica fue reforzada por la de un calvinismo indeleble. En este tipo de 'economía de signos', la supremacía blanca logró su articulación ideológica más virulenta, como heredera de una esencia absoluta con destino absoluto ... una noción calvinista de predestinación que buscaba confirmaciones eternas en significaciones superficiales (como el éxito en los negocios o el color de la piel en términos de raza)". Aquellos de nosotros y de nosotras que hemos heredado esta tradición teológica tenemos la responsabilidad especial de reparar el daño causado en su nombre. Para decirlo con toda claridad, no se trata de servir a las personas pobres o incluso de empoderarlas para que lleguen a posiciones de liderazgo. Se trata de reconocer la riqueza que Dios ya le ha dado a las personas pobres y la forma en que Jesús se identifica con los más pequeños, y buscar recibir nuestra salvación de esas personas. Como escribe Joseph Drexler-Dreis en Decolonial Love, “Descolonizar es, por ende, un proyecto esencialmente diferente al de 'abrir' disciplinas particulares o al de 'diversificar' los sistemas de pensamiento occidentales; el objetivo de los proyectos de descolonización es trascender los sistemas de pensamiento occidentales. Esto requiere de una imaginación escatológica diferente. La descolonización, más que la inclusión, se convierte en el fin deseado". ¿Quiénes mejores para enseñarle al mundo una imaginación escatológica diferente que aquellas personas ricas en fe? —Peter TeWinkle Pastor Iglesia Reformada de la Sta. Cruz Islas Vírgenes norteamericanas Peter se encuentra cursando actualmente un Doctorado en Ministerio en la Escuela de Teología de Claremont y explorando lo que podría significar descolonizar la teología y la práctica reformadas
La labor de transformación continúa desafiando todo lo que hacemos como iglesias. Esto implica la acción de buscar la justicia y trabajar por una vida abundante para todos. El diccionario en línea de Cambridge define la transformación como «un cambio completo en la apariencia o el carácter de algo o alguien, especialmente para que esa cosa o persona mejore». Hay muchos matices en el término transformación. Estos van desde la biología, la lingüística, las matemáticas hasta la física. No es el propósito de esta breve reflexión sumergirnos en todos esos matices. Me gustaría ceñirme a una definición simple de cambiar algo para mejorarlo. En este caso, una transformación que asegure la dignidad de todo lo creado y que incluya el medio ambiente o la naturaleza. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) dice: «El mundo está atravesando importantes transformaciones sociales impulsadas por el impacto de la globalización, el cambio ambiental global y las crisis económicas y financieras, que dan como resultado desigualdades crecientes, pobreza extrema, exclusión y negación de los derechos humanos básicos. Estas transformaciones demuestran la necesidad de soluciones innovadoras que conduzcan a los valores universales de paz, dignidad humana, igualdad de género y no violencia y no discriminación». Soluciones que también exigen protección del medio ambiente o justicia climática. Jesucristo anunció en su declaración de misión que había venido a predicar las buenas nuevas a los pobres, a sanar a los quebrantados de corazón, a proclamar la libertad a los cautivos, la recuperación a los ciegos y a poner en libertad a los oprimidos (Lucas 4:18). En resumen, esto es lo que él llamó haber venido para que «tengan vida y la tengan en abundancia» (Juan 10:10). Justo antes de la Ascensión, Jesús encargó a sus seguidores que continuaran esta misión de difundir buenas noticias y liberar a los cautivos. Por tanto, la Iglesia de Jesucristo ha existido en diferentes expresiones para continuar la misión de Jesús. Sin embargo, la misión no ha sido fácil. El pasado se ha desdibujado con las historias del matrimonio impío entre la esclavitud, el colonialismo y otros vicios. Por ejemplo, uno no entendería cómo la Iglesia en Canadá fue considerada cómplice de un genocidio de pueblos indígenas. Aquí, el genocidio es la destrucción intencional de un grupo en particular mediante el asesinato, daños físicos o mentales graves, la prevención de nacimientos y/o el traslado forzoso de niños a otro grupo. El término se ha aplicado a las experiencias de los pueblos indígenas en Canadá, particularmente en los informes finales de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Los niños fueron llevados por la fuerza a escuelas residenciales administradas por la iglesia para matar lo indio del niño. Además, hay tristes historias de mujeres y niñas indígenas desaparecidas y asesinadas. La situación se complica aún más con los recientes descubrimientos en Canadá de tumba de niños sin identificar, cerca de los sitios donde las escuelas residenciales eran operadas por instituciones eclesiásticas. Varias injusticias continúan en este mundo y la iglesia no puede permitirse permanecer en silencio o inactiva. La Iglesia debe dialogar con las comunidades afectadas para buscar formas y medios de trabajar hacia la transformación. Esto incluirá temas como el racismo, la imposibilidad de buscar refugio, la discriminación de género, la pobreza, la guerra, el acceso básico a la educación, los abusos de los derechos humanos, la brutalidad policial y otros aspectos del neocolonialismo y del imperialismo. Trabajar por la transformación hacia la paz, la justicia, la reconciliación, la dignidad y la vida abundante para todos es en gran medida el llamado de la Iglesia. Si la Iglesia tiene que vivir a la altura de «ser sal», no tiene más remedio que participar en la misión de Dios de justicia, paz y transformación en el mundo, a través de sus diversos ministerios y alianzas, en su respuesta contextual a la invitación de Dios a la asociación. No es que la Iglesia de Dios tenga una misión en el mundo, sino que el Dios de la misión tiene una iglesia y movimientos populares, organizaciones no gubernamentales y templos que pueden facilitar la transformación apropiada. ¿Cómo está viviendo su comunidad eclesial este llamado? —Rev. Dr. Japhet Ndhlovu Ministro Ejecutivo de la Iglesia en la Unidad de Misión Iglesia Unida de Canadá El Rev. Dr. Japhet Ndhlovu obtuvo su doctorado en Teología Práctica en la Universidad de Stellenbosch en Sudáfrica. |
AutoresMiembros de la CANAAC. Archives
January 2023
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