Lectura bíblica: Salmo 22 Los Salmos han sido mis fieles acompañantes durante en este año. Entre mis preferidos lo están el Salmo 42, “Como ciervo que brama por las corrientes de agua, así mi alma clama por ti, mi Dios....”, el 121, “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro?”, y el 130, “De lo profundo, [Señor], a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica.” Estas canciones son reflejo de la condición humana y comparten palabras de alabanza, alegría, gratitud, y también lamento, ira, duda y dolor. El Salmo 22 ha sido mi acompañante más reciente ya que se me pidió predicar sobre este salmo el Viernes Santo. Meditado en él, vinieron a mi mente algunas ideas que comparto con ustedes. Primeramente, Jesús pronuncia las palabras del primer versículo del salmo en la cruz. En su humanidad, en su dolor -como el salmista- sintiendo el abandono y la soledad de la cruz, Jesús clama a Dios: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Estas palabras, pronunciadas desde un lugar de profunda tristeza y desesperación, pueden resultarnos familiares. Hemos experimentado o quizás estamos experimentando sentimientos similares. Me detuve a reflexionar en estas palabras y en lo relevantes que son hoy día; una mirada a las noticias o incluso al abrir las puertas de nuestros hogares sería suficiente para corroborar cuán relevantes son. Escuchamos diferentes versiones de estas famosas palabras, una y otra vez, en diferentes idiomas y con distintas voces. En medio de una pandemia, de la injusticia social e inequidad que nos rodean, el abuso del poder y maltrato que presenciamos, en las divisiones y la falta de bondad, ¿cómo no escuchar en ellas los ecos de un mundo sufriente? Jesús, habiendo experimentado la cruz, nos acompaña en nuestros propios lugares de tristeza y desesperación, en donde estamos y donde encontramos a nuestros hermanos y hermanas más vulnerables. En segundo lugar, y volviendo al salmo, el salmista encuentra señales de esperanza aún en medio de la desesperación. Los versículos siguientes alternan entre gritos de desesperación y el recuerdo de la salvación o liberación de Dios. Cuando llegamos al versículo 24, el discurso del salmo comienza a cambiar, “El Señor no rechaza al afligido, no desprecia a los que sufren, ni esconde de ellos su rostro; cuando a él claman, les responde.” El salmista pasa del lamento a la confianza, a la esperanza, a la alabanza... Aunque en algún momento se sintió abandonado por Dios, Dios no le abandonó. Este pensamiento trajo a mi mente una última interrogante: ¿Cómo fue exactamente que Dios le salvó? Aunque esta pregunta no es contestada directamente en el salmo, se podría inferir que hubo algún tipo de milagro -sobrenatural o natural. Pudo tratarse de un milagro de salvación de alguna situación peligrosa, o tal vez fue una iluminación divina, una coincidencia que se convirtió en oportunidad, una visita no esperada que inspiró actos de justicia y bondad o incluso la intervención de alguien, como tú o cómo yo, en favor una persona quien se convirtió, entonces, en instrumento de Dios para la liberación. Esta persona fue el milagro que la otra necesitaba desesperadamente. A veces nos centramos únicamente en definir “salvación” en el sentido individual, espiritual y olvidamos definirla en términos de las implicaciones cotidianas y colectivas - también muy espirituales - que conllevan nuestra respuesta en el aquí y el ahora. Les invito a reflexionar nuevamente en las palabras del Salmo 22 y en el “cómo” de la liberación de Dios. Considere el papel que jugamos en el plan salvífico de Dios en este mundo, cómo somos colaboradores de Dios (1 Corintios 3:9). Jesús, nuestro Salvador y maestro, ha resucitado. Él es nuestro milagro. Es mi oración que al seguir los pasos de Jesús podamos convertirnos en un milagro para otras personas, y que cuando escuchemos al mundo clamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, en cualquier versión o idioma, podamos responder con confianza y humildad: “Mi hermano, mi hermana, Dios no te ha abandonado. Heme aquí. Dios me envió a mi”. —Vilmarie Cintrón-Olivieri, M.Ed. Educadora y anciana gobernante La Iglesia Presbiteriana (EE. UU.) Vilmarie es maestra y anciana gobernante presbiteriana nacida en San Juan, Puerto Rico. Ha servido a la PC(USA) en muchos niveles, incluyendo el consistorio, el presbiterio, el sínodo y otros grupos de la iglesia, como Mujeres Presbiterianas. Más recientemente, Vilmarie se desempeñó como co- moderadora de la 223era Asamblea General (2018-2020). Ha dedicado la mayor parte de su vida adulta a la educación y la formación, principalmente enseñando inglés a estudiantes de escuela secundaria y a adultos de alrededor del mundo. Vilmarie vive en Florida con su esposo, el Rev. José Manuel Capella-Pratts.
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January 2023
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