Durante un breve tiempo, nuestra más pequeña decidió que casi todo en su vida estaría marcado con "¡ta-dah!" Decir "ta-dah" luego de colocar la última pieza del rompecabezas, luego de elegir un libro para leer, después de ponerse los calcetines, al entrar en una habitación, al ver pasar a un perro, cuando se metía en la bañera, al abrazar sus peluches, al tomar un sorbo de agua. Lo que fuera, ella lo "ta-dah´ba”. Fue algo entrañable. No quería coartar su entusiasmo por "encontrar alegría en las cosas pequeñas", y la aplaudo por celebrar lo ordinario. Pero como puedo ser también una literalista, en ocasiones, tuve que contenerme para no hacerle saber que comer alguna galleta realmente no requiere un "ta-dah". Últimamente me di cuenta de que estuve anhelando un momento "¡ta-dah!" al hablar del tema del COVID. Un momento en el que necesito oír un: “¡ta-dah! ¡Se acabó!" El año pasado hemos estado conteniendo la respiración colectivamente, preguntándonos si nos enfermaríamos y, de ser así, ¿qué tan enfermos estaríamos? ¿Alguno de nuestros seres queridos morirá por esto? ¿Extrañaremos estar con ellos en su último aliento? ¿Se derrumbará (nuevamente) el andamiaje cuidadosamente planeado del cuidado de los niños, viéndome obligada a trabajar mientras reparto bocadillos? ¿Cesará la actitud retraída de mi hijo una vez que regrese a la escuela? ¿Es mi licencia realmente una licencia o se transformará en desempleo? Anhelamos una gran exhalación, una sensación de que finalmente ha terminado. Nos preguntamos: ¿llegará cuando esté completamente vacunada? ¿Cuándo las pautas de distanciamiento social ya no se publiquen en todas partes? ¿Cuándo lleguemos a la inmunidad colectiva? ¿Habrá de pronto un momento en el que pueda ver mi drama favorito en la TV sin entrar en pánico cuando los personajes se dan la mano o se abrazan? ¿Será una señal de que realmente se acabó el día en que pierda el reflejo de tomar una máscara cuando salga de casa? En las últimas semanas hemos estado peregrinando por la Cuaresma y ahora nos encaminamos hacia la Semana Santa. La Cuaresma transita una historia triste, nos cuenta la culminación de la historia de un Dios encarnado, Jesucristo, que recibe una justicia horrible y que es asesinado. “Consumado es”, expresa Jesús, mientras muere. Ta-dah. Pero tú dices: ¡La Cuaresma tiene un final feliz! ¡La Pascua es el "ta-dah!" de la Cuaresma y no la cruz. Sí, en algunos aspectos lo es. Sin embargo, más que un final, la Pascua marca un comienzo: vivir en un mundo donde la muerte ha sido derrotada, un mundo de nuevas incógnitas. Vivir en un futuro aún no imaginado es una tarea difícil. Me enorgullece que cuando nos adentramos en las Escrituras, vemos que a medida que las primeras personas en seguir a Jesús viven en este nuevo mundo, no lo hacen desde una sensación de victoria, con exhalaciones profundas y gritos de "¡finalmente se acabó!", sino con temor, con preguntas, con confusión y con dudas. Poco a poco estoy asumiendo la realidad de que el momento "ta-dah" no llegará con la pandemia. No habrá un momento en el que sienta que puedo exhalar y pensar, "se acabó". Soy una persona diferente de la que era hace un año, somos una comunidad diferente a la que éramos hace un año, y tomará tiempo comprender todas las implicaciones que esto tiene. Quizás toda una vida. Sin embargo, aunque es posible que no tengamos un momento "ta-dah", tal vez como mi hija, podemos aprender a celebrar los pequeños momentos a lo largo del camino. Y nos animamos todo el tiempo porque sabemos que estamos en la buena compañía de quienes nos han precedido. —Rev. Dr. Kate Guthrie Ordenada en la Iglesia Reformada en América (del norte) Trabajando en la Iglesia Presbiteriana de los EEUU en Carolina del norte
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January 2023
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