El tiempo de la Cuaresma es de disciplina y de discipulado en tanto que enfocamos nuestra atención de un modo más intenso en el seguimiento de Jesús hacia la vida eterna. Es un tiempo para dejar ir y para aferrarnos a la vida que realmente es la vida. En este cuarto domingo de Cuaresma, nos centraremos en una de las parábolas más difíciles de Jesús. Es la historia de Lázaro, un hombre pobre, que sufría en el umbral de la puerta de un hombre rico y sin nombre que festejaba suntuosamente y que se vestía con finas ropas. De pronto, ambos hombres mueren. Lo que me llama la atención es que no sabemos mucho sobre ninguno de los dos. No sabemos por qué Lázaro es pobre. ¿Habrá tomado malas decisiones? ¿Es víctima de circunstancias desafortunadas? Y tampoco sabemos qué ha intentado hacer, en todo caso, para aliviar su propio sufrimiento. De la misma manera, tampoco sabemos cómo se hizo rico el hombre rico. ¿Heredó esta riqueza o trabajó duro? ¿Fue el resultado de la crueldad y de la opresión o del ingenio y de la inventiva? Todo lo que sabemos es que el pobre fue llevado al lado de Abraham, donde recibió consuelo, y que el rico fue enviado al Hades para ser atormentado. Respecto del carácter del hombre rico, las únicas pistas que tenemos provienen de su insensibilidad hacia Lázaro; hasta los perros se muestran más preocupados por el pobre. El rico también espera que Lázaro venga a atenderlo en su sufrimiento; todavía esperando que la jerarquía de los ricos sobre los pobres sirva para su comodidad. Aún en la muerte, el pobre era considerado todavía como un subordinado. Abraham no acepta nada de eso, no se inclina ante los deseos del hombre rico; él se coloca junto a Lázaro. El mundo occidental disfruta de una inmensa riqueza a expensas de gran parte del resto de la humanidad. Es tentador imaginar que las personas ricas no tienen la culpa de su riqueza, que ella es bendición de Dios. También resulta tentador justificar la pobreza generacional con acusaciones de malas decisiones o de mal carácter: las personas pobres tienen la culpa. La parábola de Jesús no tiene nada de eso. Parece haber una obligación inherente a las personas ricas de abordar el sufrimiento de las personas pobres, sin considerar cualquier culpabilidad o la razón de esa pobreza. Parte de la descolonización de la teología y de la práctica cristianas es pasar de este mismo desprecio insensible a la solidaridad. Este no resulta un movimiento sencillo de realizar, ya que la solidaridad no entra en las categorías habituales de la mente colonizada. Por ejemplo, la solidaridad no es generosidad. Como escribe Paolo Freire en La pedagogía del oprimido, "un orden social injusto es la fuente permanente de esta 'generosidad' ... la verdadera solidaridad con los oprimidos significa luchar a su lado para transformar" la situación presente. Tampoco la amistad es solidaridad. Como escribe Chanequa Walker-Barnes en Traigo las voces de mi gente, “En la amistad, las personas corren unas hacia otras. En la solidaridad, las personas corren juntas hacia un objetivo mayor ... La solidaridad práctica significa que no simplemente sentimos compasión y empatía por las demás personas, sino que nos comprometemos a estar junto a ellas en la lucha por la justicia. No sufrimos simplemente con la gente; también luchamos junto a ella". Para algunas personas, “solidaridad” resulta ser una palabra demasiado política. Para otras, el “acompañamiento” pareciera ser lo más adecuado. Otras, simplemente se sienten más en casa con la idea de “comunión”. Independientemente de cómo lo llamen, el tiempo de la Cuaresma nos convoca a un camino que desafía la comodidad y la insensibilidad y nos desafía a la disciplina y a la lucha junto a otras personas que están sufriendo por el bien de nuestro mutuo florecimiento. Para algunos de nosotros y algunas de nosotras, no hay ninguna otras razón para dar respuesta a ese llamada excepto uno: alguien ha resucitado de entre los muertos. Aquel de quien Abraham habla hacia final del texto, es Jesús. Aquel que estuvo dispuesto a rebajarse y a tomar la forma de un siervo, haciéndose obediente hasta la muerte, llevando la salvación a todo el mundo sin dudas ni reservas. Fue el mayor acto de solidaridad que el mundo haya conocido. Como resultado, Dios lo resucitó y le dio el nombre que está sobre todo nombre. Doblar la rodilla ante el Señor, implica estar sentados junto a Lázaro en nuestras puertas, luchar a su lado y comprometernos en la búsqueda de la justicia junto a él, donde sea que eso ocurra hoy. —Peter TeWinkle Pastor Iglesia Reformada de la Santa Cruz Islas Vírgenes de los EEUU de NA Peter se encuentra cursando actualmente un Doctorado en Ministerio en la Escuela de Teología de Claremont, explorando lo que podría significar descolonizar la teología y la práctica reformadas.
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January 2023
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