La fatídica noticia de la muerte de cuatro personas en Mayagüez, otras en estado de cuidado, supuestamente influenciadas por un líder religioso para no vacunarse contra COVID-19, es un asunto crítico que tiene consecuencias sociales, éticas y religiosas. Jesús resumió su enseñanza en dos prácticas: Amar a Dios y a los demás. El liderazgo cristiano tiene la responsabilidad de instruir esas dos facetas que conducen a la vida y persiguen el bien común. COVID-19 es mortal, deja comunidades desempleadas, aumenta la violencia doméstica, retrasa la educación. La respuesta ética desde la fe no puede basarse en nuestro individualismo, sino en el bien común. La calidad y el grado de cuidado que tenemos con los demás es un reflejo directo de los valores cristianos. Las alternativas que han salvado vidas y restaurado los medios de vida en el pasado son la elección cuando se trata de seres humanos frente a una pandemia inesperada. El ejercicio de la libertad religiosa no incluye el derecho a implicar o fomentar actividades nocivas como la propagación de enfermedades contagiosas. Cualquier líder religioso que sugiera una acción que afecte su vida, libertad o dignidad está tergiversando los principios y lecciones de fe a los que dice pertenecer. Rara vez nos detenemos a pensar en los problemas de salud de la comunidad, absortos en nuestra maldad individual. Pero desde la fe cristiana «mi» salud solo puede entenderse como parte de «nuestra» salud. Esta pandemia es un recordatorio de que la atención médica no es un bien privado. Debemos detenernos y cuestionarnos hasta dónde llega nuestra responsabilidad ética como líderes religiosos con la vida o muerte de nuestras comunidades. Nuestra responsabilidad es también con la vida de quienes se niegan a tomar las precauciones médicas necesarias o recibir la vacuna, así como a quienes se les niega una cama o un ventilador, incluso cuando ponen en riesgo su salud y la de los demás. Como creyentes, entendemos que la gracia divina está mediada por la realidad de nuestra experiencia de vida. Cada vez que compartimos el pan y el vino como comunidad en la mesa, afirmamos el valor de la vida. Como sociedad, debemos tener en cuenta que ningún líder religioso posee una verdad absoluta sobre la que no se puede criticar ni reflexionar. Así se justifican los conflictos bélicos, despojos forzosos de territorios, genocidios, asesinatos, actos de terror y suicidios colectivos ocurridos en Jonestown, Guyana y Waco, Texas. Cualquier líder religioso que sugiera una acción que afecte su vida, libertad o dignidad está tergiversando los principios y lecciones de fe a los que dice pertenecer. Nuestro deber ético nos exige acciones para asegurar que las personas más vulnerables tengan acceso a esta atención de salud y concientizar que la destrucción de la naturaleza y la consecuente pérdida de biodiversidad son causas que están en la raíz de esta y cualquier otra pandemia potencial. Hablar en nombre de quien dijo: «Yo soy la vida», nos da la oportunidad de usar nuestra influencia para contrarrestar la desinformación, el negacionismo y las noticias falsas que matan. Promovamos el bien común y recordemos a los que se congregan en nuestros templos que amar a los demás incluye proteger su salud y su vida promoviendo la justicia social. —Agustina Luvis Núñez Teóloga y Mastra Seminario Evangélico de Puerto Rico
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January 2023
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